domingo, 27 de enero de 2013
amor,
decisiones,
desamor,
recuerdos,
Rosario
13. La noche en la que todo pudo cambiar
Volver a
escribir es todo un ejercicio. Empiezo a sospechar que después de hacerlo es
posible que me duela un poco el corazón, pues es un músculo que no estaba
usando. Al menos, no de esta forma. Hace tiempo que no lo usaba para recordar,
volver a vivir, contar mi historia sobre un pedazo de papel y sobre un teclado.
Todo pudo
haber sido diferente esa noche. Pero no, a veces soy más porfiado que Dios, o
que el destino, como se quiera llamarle.
Esa noche en lugar de fluir estuve dispuesto a torcer, doblar y forzar hasta
lograr lo que quería.
Mis amigos
Marc y Julieta estaban convencidos, como muchos otros, que una posible relación
con Natalia se había vuelto prácticamente inviable. Ella había empezado a
noviar con un tal Franco hace solo cinco días, un tipo que no podía ser más
diferente que yo. Franco era física, intelectual y emocionalmente distinto a
mí. Y ella lo había elegido a él. Para mayor tortura sabía que esa noche iban a
cenar fuera y no podía sacarme eso de la cabeza. Todo el mundo daba esa guerra
por perdida. Todos, menos mi voluntad. ¿Mi voluntad o mi obstinación?
La vida se
empeñaba en mostrarme que ese no era el camino a seguir, y yo más insistía en
transitarlo a pie cuando hacia mi venía una estampida de búfalos furiosos.
Había que darme un premio por mi voluntad y un castigo por mi tozudez. Estoy
seguro que terminé recibiendo ambos.
Dormía mal
y me alimentaba peor. Nunca vi a Rosario tan gris y pesado como esos días, como
si el aire hubiese contenido gotitas de mercurio. Era invierno y posiblemente,
el más crudo que he tenido que soportar porque la sensación gélida húmeda que
sentía en la ciudad se me había metido al alma.
Me sorprendía lo errático de mi comportamiento. No era yo, sino una
versión mía bastante difuminada, casi irreconocible, borrosa, malhecha,
aburridora, detestable... Mi seguridad
habitual se había ido evaporando con la entrada del aire frío a mis pulmones.
Odié la paradoja, yo que siempre las había amado.
Hoy siento
que forcé las cosas: Pensaba que ella corría peligro en brazos de Franco. Para
mi, Natalia era una muñeca de cristal de bohemia viajando en el lomo de un
rinoceronte desbocado y cuesta abajo, una bailarina de origami bajo el
aguacero, el último verdor que la nieve no tardará en cubrir. Es por eso que
había decidido jugar el rol de héroe, una vez más como tantas veces. Fracaso.
Fui un héroe consumido en mi propia heroína, por mi propia heroína.
En las
relaciones no se necesitan héroes, se necesitan iguales y nosotros no lo
éramos. No hablo de iguales en
similitud, sino de estar en la misma sintonía, de hablar con la mirada el mismo
idioma, de ser capaces de respirar el mismo aire, de creer en los sueños del
otro aunque no sean los propios… Totalmente encaprichado, no lo vi. Insistía en
abordar un barco bamboleante en medio de una terrible tormenta. Pensaba que ya
había transitado aguas más bravas, pero no era así.
Me había dicho mirándome al espejo del baño del boliche. Me daba
mucha vergüenza con Marc, pero especialmente con Julieta que estaba de
cumpleaños y que había notado mi bajoneo y en vano, intentaba animarme. Nunca
les dije a los chicos nada, pero no me olvido de esa noche, de sus palabras de
aliento y de sus intentos de alegrarme. Me sentía afortunado por tenerlos cerca.
‘Man, It’s not the only girl
in the world’. Me había dicho con su acento alemán tan marcado para el inglés. Yo
había estado actuando como si lo fuera, ignorando tantas veces el consejo de mi amigo.
Recuerdo a
la rubiecita, a la Guapita, como le llamé para futuras autoreferencias, porque
me sonrió y le sonreí. No significó nada, pero significó mucho. Significó que
podía salir del estado en el que me encontraba; que, claramente, había estado
forzando las cosas por mucho tiempo; que estaba nadando contracorriente y que
hasta el salmón más fuerte puede verse derrotado por la fuerza del agua; que
había mucha más gente interesante, persiguiendo sus sueños, chicas
emocionalmente sanas, y lindas en el mundo, en la ciudad.
Dicen que
en Rosario están las mujeres más lindas de Argentina. Es la pura verdad. La
Guapita me lo recordó esa noche en solo siete segundos. El problema no era que
yo me estuviese centrando en una. Eso siempre fue un acierto. El problema era
que me estaba centrando en la equivocada, en la que no quería centrarse en mí.
Subimos a
un taxi y regresamos a casa, me fui convencido que iba a salir de mi mal
momento, que necesitaba dormir un poco, desayunar y almorzar bien y descansar
ese domingo y que esa era la última noche que esperaba a Natalia.
Sonreí con una mueca de sarcasmo que
vagamente se reflejó en el televisor apagado. ¿Justo ahora? ¿Justo en el último
minuto? ¿Luego de cuatro meses? No dejé de preguntarme cosas en los siguiente
media hora hasta que caí rendido.
No me
arrepiento de nada de lo que sucedió. Lo que pasa conviene. Estoy convencido de
ello. Vivimos aquello que necesitamos vivir, la vida siempre se empeña por
enseñarnos lo que nos hace falta para crecer. Pasa que muchas veces no
entendemos la lección y debemos repetir la experiencia. Natalia y su paso por mi vida es algo que
necesitaba vivir. Lo valoro, lo agradezco, no lo lamento. Hubo alegría,
decepción, placer, dolor, tristeza e ilusión. Lo que importa es que aprendí,
crecí, y que vivo para contarlo. Todo lo que viví me lleva a donde estoy ahora,
y no cambiaría todo lo bueno que he vivido por nada, aunque la oferta fuera
suprimir lo considerado negativo. Estoy más cerca de quien quiero ser cada vez.
Cada mañana me reconozco más a mi mismo al mirarme al espejo, al mirarme dentro
de mi propia mirada. Siento algo que se acerca a la paz.
No, no me
arrepiento de lo vivido con Natalia. Pero algunas noches, como hoy, recuerdo
esta historia y a continuación, en mi mente escribo otra final distinto. La
vuelvo a recordar y la vuelvo a rescribir y así hasta quedarme dormido… Pienso en esta historia, no sin cierta
nostalgia, y la recuerdo como la noche en que todo pudo haber sido diferente,
en la que todo pudo haber empezado a fluir. Tuve que esperar para ello. Pero
esa será para mí, sin duda, la noche en la que todo pudo cambiar.
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