lunes, 24 de septiembre de 2012 0 comentarios

11. Looking for Ana

Ana y su nombre capicúa. Pensé que era un signo inequívoco de que la iba a encontrar por donde la buscase y cuando quiera que lo hiciese. Lo pensé sin meditar nunca en nada más, sino en el encuentro en sí mismo, sin imaginar lo que pudiese suceder o no cada vez que nos volviésemos a ver, sin idealizarla más allá del llamado con su consecuente aparición. Ana y su nombre capicúa. Parecía una señal de que aparecería en algún principio y con un tardío o temprano final. 

'ANA'... pensé que su nombre escondía la simpleza de un llamado inconsciente, una palabra soltada al viento que se convierte en una hoja seca sin destino cierto, una palabra liberada en la lluvia y diluida en el río.  Un nombre con una duración en su sonido equivalente a una gota de agua cayendo al mar... Pronunciarlo para que ella aparezca, inmediatamente. Era una especie de invocación, que si el marinero de turno tenía fe, mucha fe, podía funcionar. 

Un día apareció, pese a que no se me había ocurrido invocarla. Al ir a buscar al trabajo a quien entonces era mi novia  me encontré con Ana en el camino. La saludé y conversé con ella sin segundos pensamientos, pero con varios pensamientos por segundo. Conversamos sin cálculos, ni planes futuros, hasta el momento de despedirme. Ahí no pude evitar sentir, algo que no quería: El deseo de quedarme un rato más, acompañándola en esa noche, que luego del encuentro me pareció más oscura. Ese deseo de escuchar otro poco de lo que me decía, en esa parada de colectivo que desde aquel momento me pareció más solitaria que otras noches. Me preocupé por su seguridad mientras me alejaba, me pregunté si alguna vez nos volveríamos a encontrar por las calles de la ciudad. Solamente eso. Da igual, 'eso' ya era mucho para mí.... Aunque para mí, 'eso, y solamente eso' suele ser muy poco.

Hoy las preguntas se han tornado más complejas: '¿La volveré a ver?', '¿Volveré a escuchar su voz?' '¿Y si me olvido de su voz?',  Son complejas, probablemente, porque me cuesta divisar algo que me aliente a pensar de forma optimista; o algo que me invite a pensar en una respuesta que clarifique una razón o que explique la circunstancia, o bien, una circunstancia que explique el por qué de la razón. Lo se estoy rizando el rizo y anudando el nudo. Lo enredo todo. Tal vez lo hago para que no escape lo poco que queda de ella. 

Ana no tiene un peso específico en mi vida. Es probable que nunca lo tenga. Sin embargo, de vez en cuando me acuerdo de ella y entonces, adquiere un peso relativo. Especialmente, me viene el recuerdo de la última vez que nos vimos y nos sentamos frente a frente a orillas del río y conversamos por horas un domingo de verano por la tarde. Recuerdo que tuve que interrumpirla para decirle que era hora de irnos, cuando casi a media noche empezaron los mozos a levantar todas las mesas, menos la nuestra. 

Me acuerdo que la vi aparecer con su cabello castaño oscuro, muy largo y lacio, y un vestido veraniego blanco y celeste, estampado, que me transmitía una imagen muy fresca. Sonrió cuando me miró y frunció su nariz, tal como lo hacía cada vez que sonreía. Tal vez no era consciente de ese fruncir; o tal vez si, pero no podía evitarlo. En todo caso, era un gesto que yo consideraba adorable, porque era hasta algo infantil y ella me daba la impresión de no tener ningún contacto con la Ana más niña. 

¿Dónde está Ana? Antes vivía cerca de Barrio Parque. Ahora nadie sabe donde vive. Podría buscarla en las calles aledañas a la Facultad de Derecho, en los bares y boliches que solía frecuentar, por las tiendas de ropa que le gustaba visitar para probarse ropa de moda, zapatos y carteras... Esos, sus lugares de siempre, se volvieron lugares de nunca. Nunca encontrarla, nunca sintonizarla, nunca descifrarla, nunca localizarla... Se volvieron lugares de nunca más. 

Aquí te dejé y no apareces. Buscar sin encontrar. Te fuiste para no volver. ¿Por dónde andarás? Por lo menos andás y eso siempre es un avance. A lo mejor un día regresás, caminando en círculos como tanto te gusta hacer.  Por lo menos andás... Aunque andes perdida. 

Ana pensaba y decía, decía y hacía, no callaba. Ana tarareaba y reía, cantaba y sonreía, no vacilaba. Ana no caía, se arrojaba.... Ahora sé que eso es lo que necesito de ella: la inspiración que me provocaba esa parte de su ser, ese cantar, reír, taraear, sonreír sin callar y decir y pensar para luego hacer y no dejar de hacer. Extraño esa manera de arrojarse, sin tropezar, sin caer; porque, de alguna manera, es lo que he perdido en los últimos años, y hoy trato de recuperarlo. 

Alguna vez supe donde estaba, ahora la busco.  Pero la busco ya, sin esfuerzo, sin insistencia, como quien sabe que la búsqueda resulta inútil porque no veo el deseo de ser encontrada latente en ella.  La busco más por coincidencia. Pensando que la chica de la boutique de Junín al 600 se parece un montón, pero con el cabello más negro... O que vi a alguien muy parecida  subir en un colectivo que tomaba una dirección opuesta al mío. ¡Eso me la recordó tanto! Siempre acercándose, pero siempre en dirección opuesta y velocidad descompasada.  La búsqueda resulta inútil no porque se esconda de mí, o del que era su mundo, sino porque ella misma fue a buscarse por lugares donde nunca se perdió. ¡Qué difícil debe ser encontrarse por ahí!

Ana esconde pedazos de su pasado en su mirada. Esos pedazos me recuerdan mucho a mi propio pasado, a mi infancia, especialmente. A la forma en que alguna vez esas memorias estallaron al chocar contra el piso. Mirar en sus ojos era como mirar, un poco, dentro de mí mismo. Tal vez por eso siempre me atrajo tanto. Tal vez por eso siempre me repelía un poco. Y también por el olor de cigarrillo que se le había impregnado en los dedos. O quizá fue el olor a cicatrices sin curar que sentí emanar de ella. Esa sensación que tan fija me quedó en la memoria de mis papilas gustativas de tanto lamer mis propias heridas. Ahora resulta que Ana esconde en esos trozos de su pasado, el ADN de mis dolores más íntimos. Ahora sucede que Ana esconde y guarda pedazos de mi propio pasado, sin saberlo, ni intentarlo... y a mí lo único que me queda es un par de fotos que las siento caducas, dignas de una historia sin drama, propias de un trama desacelerado, sin principio ni fin, como su nombre. O a lo mejor, con un principio y un fin tan claros que son los mismos, como en su nombre, o como en su andanza, siempre circular. 

Ya no somos los mismos. Y de encontrarnos, estaremos muy cambiados en todos los sentidos imaginables. El otro día soñé en su silueta paseándose por la pared más blanca que pude encontrar en mi inconsciente. La soñé en pasado, así que no cuenta como encuentro. Eso me motivó a escribir y pensar que la busco, sin un esfuerzo palpable, sin una inversión de tiempo que amerite encontrarla. Ella se fue para encontrarse. Se fue sin fe, y así dudo que logre encontrarse.

En el sueño, una ciudad pequeña crecía hasta hacerse enorme y podía sentir sus fauces respirándome de cerca. Yo fingía ser valiente para que ella se sujete de mi mano, pero ella fingía ser valiente para no sujetarla. Yo fingía tener miedo de los monstruos debajo de mi cama, y que ella era un ángel con su mano sobre mi cabeza; yo fingía tener miedo para que ella, por unos segundos, y maternalmente, me sujete del brazo y me ayude a cruzar las desoladas calles de mi memoria por donde pasan los recuerdos más fugaces que amenazan con golpearme de un momento a otro. Fingí tener miedo para arroparme con su presencia y cabello largo. Tanto fingí, que terminé sintiéndolo. 

Ahora me dio ganas de salir a buscarla, pero no sé por donde empezar. Tal vez debería volver a recorrer Barrio Parque como quien no busca nada, pero busca todo... Hay tanta falsa verdad dando vueltas por el departamento en que vivo estos días y me está ocupando mucho espacio, tanto que empiezo a tropezarme con todo y con todos... Así, chocando con mis cosas, me topo de frente con lo que recuerdo y entonces, escribo en un pedacito de papel: 'ANA'. Lo leo y no sé por donde empezar... Por dónde empezar a leer. Por dónde empezar a buscar. Por dónde empezar a contar lo que me pasa y lo que no me pasa. 

Ana fumaba. Pretendí que no me molestaba, pero en realidad siempre me molestó el humo del cigarrillo. Siempre estuve seguro que encontraría, tarde o temprano, algo que me molestase en cualquier persona que me gustase. Pero admito que también temo encontrar alguien de quién no me moleste absolutamente nada. El temor a la falsa perfección es tan grande como el temor que tengo a la verdadera perfección. ¿Cómo se responde a eso? Quiero creer que dejé de buscar lo perfecto, porque no me interesa perder más mi tiempo en búsquedas tan exquisitas como absurdas... Si, como la que emprendí por Ana, casi sin notarlo. 

Hoy me detuve a a pensar en ella al mirar su nombre en el listado de contactos del teléfono celular. Hace rato que no marco su número. La tenía entre mis favoritos, pese a que la llamaba casi nunca. Pero cada vez que la llamaba intentaba transmitirle la alegría que sentía al hablar con ella... Sé que si la llamo no contestará, porque partió para encontrarse consigo misma, sin saber que estuvo tan cerca de encontrarse acá, en su tierra, en su mundo, en su país, en el parque donde salía a tomar mate, en la jardinera junto a la que se sentaba para ver a la gente pasar... Ana olía a jazmín y a cicatrices mal curadas en el alma, Ana olía a azahar y a círculos sin cerrar, a historias sin resolver y a canela... Ana preservaba ese olor férrero de la sangre cuando se seca, de las heridas cuando son grandes...  Yo estaba muy cansado de de cargar penas ajenas, de curar heridas que no quieren ser sanadas. Me cansé. Dejé la puerta abierta, no para que se vaya, pero talvez para que no se quede para siempre. Ella se fue... a buscarse donde no estaba. 

Ahora recuerdo algo que es fundamental y que le da un giro completo a la historia: Yo buscaba a Ana. Ana se buscaba a sí misma. Pero Ana nunca me buscó. Simplemente estuvo ahí y me encontró. Y me encontró, y me encontró... una y otra vez y así,  hasta perderme...  Y cuando me perdió, no me buscó. 

Acabo de escribir una nota en el papelito bajo su nombre: 'Acordate que Ana fuma'. Al leerla mañana, se que  la dejaré de buscar.
 
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