lunes, 24 de septiembre de 2012 0 comentarios

11. Looking for Ana

Ana y su nombre capicúa. Pensé que era un signo inequívoco de que la iba a encontrar por donde la buscase y cuando quiera que lo hiciese. Lo pensé sin meditar nunca en nada más, sino en el encuentro en sí mismo, sin imaginar lo que pudiese suceder o no cada vez que nos volviésemos a ver, sin idealizarla más allá del llamado con su consecuente aparición. Ana y su nombre capicúa. Parecía una señal de que aparecería en algún principio y con un tardío o temprano final. 

'ANA'... pensé que su nombre escondía la simpleza de un llamado inconsciente, una palabra soltada al viento que se convierte en una hoja seca sin destino cierto, una palabra liberada en la lluvia y diluida en el río.  Un nombre con una duración en su sonido equivalente a una gota de agua cayendo al mar... Pronunciarlo para que ella aparezca, inmediatamente. Era una especie de invocación, que si el marinero de turno tenía fe, mucha fe, podía funcionar. 

Un día apareció, pese a que no se me había ocurrido invocarla. Al ir a buscar al trabajo a quien entonces era mi novia  me encontré con Ana en el camino. La saludé y conversé con ella sin segundos pensamientos, pero con varios pensamientos por segundo. Conversamos sin cálculos, ni planes futuros, hasta el momento de despedirme. Ahí no pude evitar sentir, algo que no quería: El deseo de quedarme un rato más, acompañándola en esa noche, que luego del encuentro me pareció más oscura. Ese deseo de escuchar otro poco de lo que me decía, en esa parada de colectivo que desde aquel momento me pareció más solitaria que otras noches. Me preocupé por su seguridad mientras me alejaba, me pregunté si alguna vez nos volveríamos a encontrar por las calles de la ciudad. Solamente eso. Da igual, 'eso' ya era mucho para mí.... Aunque para mí, 'eso, y solamente eso' suele ser muy poco.

Hoy las preguntas se han tornado más complejas: '¿La volveré a ver?', '¿Volveré a escuchar su voz?' '¿Y si me olvido de su voz?',  Son complejas, probablemente, porque me cuesta divisar algo que me aliente a pensar de forma optimista; o algo que me invite a pensar en una respuesta que clarifique una razón o que explique la circunstancia, o bien, una circunstancia que explique el por qué de la razón. Lo se estoy rizando el rizo y anudando el nudo. Lo enredo todo. Tal vez lo hago para que no escape lo poco que queda de ella. 

Ana no tiene un peso específico en mi vida. Es probable que nunca lo tenga. Sin embargo, de vez en cuando me acuerdo de ella y entonces, adquiere un peso relativo. Especialmente, me viene el recuerdo de la última vez que nos vimos y nos sentamos frente a frente a orillas del río y conversamos por horas un domingo de verano por la tarde. Recuerdo que tuve que interrumpirla para decirle que era hora de irnos, cuando casi a media noche empezaron los mozos a levantar todas las mesas, menos la nuestra. 

Me acuerdo que la vi aparecer con su cabello castaño oscuro, muy largo y lacio, y un vestido veraniego blanco y celeste, estampado, que me transmitía una imagen muy fresca. Sonrió cuando me miró y frunció su nariz, tal como lo hacía cada vez que sonreía. Tal vez no era consciente de ese fruncir; o tal vez si, pero no podía evitarlo. En todo caso, era un gesto que yo consideraba adorable, porque era hasta algo infantil y ella me daba la impresión de no tener ningún contacto con la Ana más niña. 

¿Dónde está Ana? Antes vivía cerca de Barrio Parque. Ahora nadie sabe donde vive. Podría buscarla en las calles aledañas a la Facultad de Derecho, en los bares y boliches que solía frecuentar, por las tiendas de ropa que le gustaba visitar para probarse ropa de moda, zapatos y carteras... Esos, sus lugares de siempre, se volvieron lugares de nunca. Nunca encontrarla, nunca sintonizarla, nunca descifrarla, nunca localizarla... Se volvieron lugares de nunca más. 

Aquí te dejé y no apareces. Buscar sin encontrar. Te fuiste para no volver. ¿Por dónde andarás? Por lo menos andás y eso siempre es un avance. A lo mejor un día regresás, caminando en círculos como tanto te gusta hacer.  Por lo menos andás... Aunque andes perdida. 

Ana pensaba y decía, decía y hacía, no callaba. Ana tarareaba y reía, cantaba y sonreía, no vacilaba. Ana no caía, se arrojaba.... Ahora sé que eso es lo que necesito de ella: la inspiración que me provocaba esa parte de su ser, ese cantar, reír, taraear, sonreír sin callar y decir y pensar para luego hacer y no dejar de hacer. Extraño esa manera de arrojarse, sin tropezar, sin caer; porque, de alguna manera, es lo que he perdido en los últimos años, y hoy trato de recuperarlo. 

Alguna vez supe donde estaba, ahora la busco.  Pero la busco ya, sin esfuerzo, sin insistencia, como quien sabe que la búsqueda resulta inútil porque no veo el deseo de ser encontrada latente en ella.  La busco más por coincidencia. Pensando que la chica de la boutique de Junín al 600 se parece un montón, pero con el cabello más negro... O que vi a alguien muy parecida  subir en un colectivo que tomaba una dirección opuesta al mío. ¡Eso me la recordó tanto! Siempre acercándose, pero siempre en dirección opuesta y velocidad descompasada.  La búsqueda resulta inútil no porque se esconda de mí, o del que era su mundo, sino porque ella misma fue a buscarse por lugares donde nunca se perdió. ¡Qué difícil debe ser encontrarse por ahí!

Ana esconde pedazos de su pasado en su mirada. Esos pedazos me recuerdan mucho a mi propio pasado, a mi infancia, especialmente. A la forma en que alguna vez esas memorias estallaron al chocar contra el piso. Mirar en sus ojos era como mirar, un poco, dentro de mí mismo. Tal vez por eso siempre me atrajo tanto. Tal vez por eso siempre me repelía un poco. Y también por el olor de cigarrillo que se le había impregnado en los dedos. O quizá fue el olor a cicatrices sin curar que sentí emanar de ella. Esa sensación que tan fija me quedó en la memoria de mis papilas gustativas de tanto lamer mis propias heridas. Ahora resulta que Ana esconde en esos trozos de su pasado, el ADN de mis dolores más íntimos. Ahora sucede que Ana esconde y guarda pedazos de mi propio pasado, sin saberlo, ni intentarlo... y a mí lo único que me queda es un par de fotos que las siento caducas, dignas de una historia sin drama, propias de un trama desacelerado, sin principio ni fin, como su nombre. O a lo mejor, con un principio y un fin tan claros que son los mismos, como en su nombre, o como en su andanza, siempre circular. 

Ya no somos los mismos. Y de encontrarnos, estaremos muy cambiados en todos los sentidos imaginables. El otro día soñé en su silueta paseándose por la pared más blanca que pude encontrar en mi inconsciente. La soñé en pasado, así que no cuenta como encuentro. Eso me motivó a escribir y pensar que la busco, sin un esfuerzo palpable, sin una inversión de tiempo que amerite encontrarla. Ella se fue para encontrarse. Se fue sin fe, y así dudo que logre encontrarse.

En el sueño, una ciudad pequeña crecía hasta hacerse enorme y podía sentir sus fauces respirándome de cerca. Yo fingía ser valiente para que ella se sujete de mi mano, pero ella fingía ser valiente para no sujetarla. Yo fingía tener miedo de los monstruos debajo de mi cama, y que ella era un ángel con su mano sobre mi cabeza; yo fingía tener miedo para que ella, por unos segundos, y maternalmente, me sujete del brazo y me ayude a cruzar las desoladas calles de mi memoria por donde pasan los recuerdos más fugaces que amenazan con golpearme de un momento a otro. Fingí tener miedo para arroparme con su presencia y cabello largo. Tanto fingí, que terminé sintiéndolo. 

Ahora me dio ganas de salir a buscarla, pero no sé por donde empezar. Tal vez debería volver a recorrer Barrio Parque como quien no busca nada, pero busca todo... Hay tanta falsa verdad dando vueltas por el departamento en que vivo estos días y me está ocupando mucho espacio, tanto que empiezo a tropezarme con todo y con todos... Así, chocando con mis cosas, me topo de frente con lo que recuerdo y entonces, escribo en un pedacito de papel: 'ANA'. Lo leo y no sé por donde empezar... Por dónde empezar a leer. Por dónde empezar a buscar. Por dónde empezar a contar lo que me pasa y lo que no me pasa. 

Ana fumaba. Pretendí que no me molestaba, pero en realidad siempre me molestó el humo del cigarrillo. Siempre estuve seguro que encontraría, tarde o temprano, algo que me molestase en cualquier persona que me gustase. Pero admito que también temo encontrar alguien de quién no me moleste absolutamente nada. El temor a la falsa perfección es tan grande como el temor que tengo a la verdadera perfección. ¿Cómo se responde a eso? Quiero creer que dejé de buscar lo perfecto, porque no me interesa perder más mi tiempo en búsquedas tan exquisitas como absurdas... Si, como la que emprendí por Ana, casi sin notarlo. 

Hoy me detuve a a pensar en ella al mirar su nombre en el listado de contactos del teléfono celular. Hace rato que no marco su número. La tenía entre mis favoritos, pese a que la llamaba casi nunca. Pero cada vez que la llamaba intentaba transmitirle la alegría que sentía al hablar con ella... Sé que si la llamo no contestará, porque partió para encontrarse consigo misma, sin saber que estuvo tan cerca de encontrarse acá, en su tierra, en su mundo, en su país, en el parque donde salía a tomar mate, en la jardinera junto a la que se sentaba para ver a la gente pasar... Ana olía a jazmín y a cicatrices mal curadas en el alma, Ana olía a azahar y a círculos sin cerrar, a historias sin resolver y a canela... Ana preservaba ese olor férrero de la sangre cuando se seca, de las heridas cuando son grandes...  Yo estaba muy cansado de de cargar penas ajenas, de curar heridas que no quieren ser sanadas. Me cansé. Dejé la puerta abierta, no para que se vaya, pero talvez para que no se quede para siempre. Ella se fue... a buscarse donde no estaba. 

Ahora recuerdo algo que es fundamental y que le da un giro completo a la historia: Yo buscaba a Ana. Ana se buscaba a sí misma. Pero Ana nunca me buscó. Simplemente estuvo ahí y me encontró. Y me encontró, y me encontró... una y otra vez y así,  hasta perderme...  Y cuando me perdió, no me buscó. 

Acabo de escribir una nota en el papelito bajo su nombre: 'Acordate que Ana fuma'. Al leerla mañana, se que  la dejaré de buscar.
sábado, 18 de agosto de 2012 0 comentarios

10. Políticamente incorrecto - Las galletitas de chocolate

Pensaba que nadie me había visto, pero ahora siento que todos me miran. Sé que hay una posibilidad grande  que todo sea impresión mía. Me observo a mi mismo y me siento como si estuviera a escasos veinte centímetros de cometer un delito; como si estuviera a pocos segundos de ser arrestado, sentenciado, proscrito, olvidado... condenado a muerte civil.

Havanna Café. Plaza Italia, Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Dos galletitas cubiertas de chocolate me seducen desde una servilleta blanca con el logo del local.  Fueron abandonadas en una mesa, antes ocupada por un cliente que pagó y se fue. Se fue y no volverá....¿Y si volviese? ¿y si volviese justo cuando me abalance sobre las galletas?... Siento que todos y nadie se han percatado que dos galletitas cubiertas de chocolate esperan impacientes saber su suerte en un plato de porcelana.


Un mozo acaba de acercarse para recoger la propina. Temí que se llevase la charola con las galletas. Estuve a punto de gritar un sonoro '¡Nooo!' que hubiese llamado la atención de medio mundo en el café. Me culpo cuando siento que tengo poca capacidad de acción porque las miradas recaen sobre mí, aunque no suceda. Es igual de difícil si se tratase de una rubiecita hermosa en la la cola de la caja, o de las dos galletas de chocolate. Siento miradas sobre mi y la inacción me domina.  ¿Por qué no soy capaz de ser yo mismo?  ¿Por qué no puedo actuar naturalmente, ser divertido y relajado, como sé que puedo ser? Me ha llegado a importar demasiado el qué dirán y dicen mucho. Hablan entre ellos, pero con los ojos en uno.

Por momentos pienso que si voy por las galletitas la gente me mirará como si en realidad fuese a robarme la propina, o como si fuesen a pensar que soy un muerto de hambre... ¿Y si fuese a hablar con una chica? Sentiría que me ven como si fuese a hablar con alguien con quien no me corresponde, como si estuviera invadiendo clases sociales, raciales, o culturales. Como si dijeran mira este 'chico común, simple mortal', hablando con esa 'semidiosa'. A veces pienso que estos pensamientos son nada más que tonterías, pero de vez en cuando, algún comentario malaleche de alguien me hace pensar que ahí están los ojos criticones, acechando mis deslices. ¿Dónde está esa sensación de cargar un George Clooney con todo y sonrisa de medio lado por dentro? ¿Dónde dejé mi capacidad para lanzar comentarios sagaces al mejor estilo de Jonny Depp? ¿Por qué hoy que un par de galletas tienen tanto sabor, el que dirán de los demás tiene tanto peso?

No es que el hambre me pueda, ni tiene que ver con la ansiedad que me produce el esperar a mi compañero  de clases por más de media hora. Se trata de las galletas. Hay algo en ellas que me llama, hay algo en comérmelas que me vuelve a la infancia. Quiero ser niño de nuevo y que no me importe que alguien se ría o critique lo que hago. Quiero hacer lo que realmente quiero hacer y que es tan simple como llevarme dos galletas a la boca y sonreír mientras las mastico. Quiero chuparme los dedos porque quedaron vestigios de chocolate derretido en las yemas.

Ahora me acuerdo de las barras de chocolate blanco que mis abuelos nos compraban a mi, a mi hermana y a mis primos. Siempre disfruté del sabor de esos chocolates, pero no como lo haría cualquier persona adulta, sino como lo hacen los niños: embarrándose. Me encantaba que el chocolate sintiese el calor de mis deditos, hasta perder su forma y tornarse una espesa crema y luego llevarme los dedos embadurnados de chocolate blanco derretido a la boca.  Había algo de inocentemente prohibido en el placer de comer el chocolate así. Bah! No era algo prohibido, era algo simplemente, no debido... No bien visto por pura convencionalidad, no estaba bien, aunque así supiese mejor. Y estoy seguro que no había mejor forma de comer ese chocolate.

Si tan solo ahora tuviera la misma libertad, no lo dudaría. Me arrojaría sobre la mesa y jugaría un rato con las dos galletas. Las mordisquearía por los bordes, sentiría los diseños que los moldes hicieron sobre su contextura y que el chocolate alisó al recubrirlas. Me sentaría en esa mesa y agarraría las galletas, como si siempre hubiesen tenido como único y último destino mi boca y probablemente luego de comerme una podría compartir la otra con la rubiecita semidiosa de la fila de la caja, que a estas alturas ya debe estar en un bondi rumbo a su casa.

Extraño mucho tener la libertad, que no sé si tuve alguna vez, de ser políticamente incorrecto. La libertad de tener amigos sin importar su color de piel, su nacionalidad, su religión, su procedencia, destino o condición económica; Extraño la libertad de relacionarme con la gente por lo bien que me hacía sentir sobre mi mismo y con ellos y no por lo abultadas que sean sus cuentas de banco o lo bien entroncados que están en la vida; Extraño la libertad de reírme de aquellas cosas que me parecen divertidas aunque no sean inteligentes. No detesto ser inteligente todo el tiempo, detesto 'tener que ser inteligente' todo el tiempo; pareciera que eso anula la posibilidad de la risa fácil y a veces eso es exactamente lo que necesitamos. Detesto que tengamos que actuar para guardar las apariencias y que tengamos que estar tan pendientes de no soltar las caretas que usamos porque un día de estos una de ellas puede caer al piso y el ruido que haga al romperse será tan ensordecedor que se romperán todas las demás.

Extraño mucho la última vez que hablé con una rubia linda y la hice sonreír antes de saber su nombre. Extraño la última vez que me comí dos galletas de chocolate que originalmente no me pertenecían. 
martes, 24 de julio de 2012 0 comentarios

Sueño Musical / Dreams - The Corrs




Now, here you again, you say
you want your freedom.
Well, who am I to keep you down?
It's only right that you should play the way you feel it,
but listen carefully to the sound
of your loneliness
like a heartbeat,
drives you mad
in the stillness of remembering what you had
and what you lost

Thunder only happens when it's rainning.
Players only love you when they're playing.

Say, women, they will come and they will go
when the rain washes you clean, you'll know.

Now here I go again, I see the cristal visions
I keep my visions to myself
Well, it's only me
who wants to wraps around your dreams
Have you any dreams you'd like to sell?
Dreams of loneliness
like a heartbeat, drives you mad
in the stillness of remembering what you had
and what you lost

Otra vez me hablas de libertad. Me dices que necesitas tiempo. Todo mi tiempo te lo di. Me pides el espacio que no me das. ¿Quién soy yo para negarte lo que me pides? Hablas de libertad parada en el umbral de una puerta que nunca se cerró, con un pie medio afuera y el otro bien adentro. Nunca te detuve, sino con mi mirada. Nunca te até, si no con mis detalles. Nunca te eché de mi lado, pero si eché de menos la dulzura de tu propia miel.. Tal vez tengas razón y no te entienda, pero me parece justo que seas libre, esa siempre fue mi intención... Cuando te liberé de tus cadenas no te até a otras nuevas... Me parece justo lo que pides, mereces ser libre, mereces ser feliz... . ¡Dale, anímate a cruzar! ¡No mires atrás! Me echas de tu vida, pero eres vos la que se va. 

Players only love you when they are playing ... 

Vuelves a tu libertad, vacía soledad que late con ritmo propio. Te taladra la cabeza. Me extrañas con la pereza de quien no se anima a llamar y se queda mirando la pantalla de un teléfono celular;  me extrañas con el orgullo de quien prefiere recibir un tiro en la pierna que llamar a quien expulsó de su lado. No digas más. Escucha, son los aullidos de tu propia soledad. No son ellos quienes te enloquecen, lo que revienta tu cordura es el silencio entre ellos, ese espacio de tiempo que trascurre entre los recuerdos de lo que tuviste y de lo que acabas de perder. 

No, no tengo miedo de decir que te extraño, cuando te extraño. Más miedo me da decir que ya no te extraño, cuando ya no te extraño. 


Say women they will come and they will go...

Puedo ver el futuro en mi bola de cristal. Me guardo las visiones para mí. ¿De qué sirve contártelas, si aunque me crees no me quieres escuchar? ¿Te gustaría vender tus sueños?  Quise venderte los míos, casi como 'tiempos compartidos', solo tuyos y solo míos. No te gustaron. Nadie te obliga a comprar ¿Hay algún sueño tuyo que quieras vender? Podría seguir esperando la respuesta que nunca tuviste, tu reloj de arena se agotó. Los últimos granos que cayeron por el reloj borraron nuestros nombres que tan prolijamente escribí. 

Escucho los latidos del ritmo propio de lo que llamaste libertad y teñiste de dolor. Te taladran la cabeza. Me extrañas con la misma fiereza que me echaste de tu lado y con el orgullo de quien se niega a aceptar sus propios errores. Lo sé, no por los aullidos de tu propia soledad, sino por el silencio entre ellos, ese tiempo casi infinito donde lamentas lo que acabas de tener y lo que perdiste.

Cuando la lluvia te lave y estés limpia de dolor, lo sabrás...  When the rain washes you clean, you'll know.
lunes, 25 de junio de 2012 0 comentarios

9. Adios al Dojo. El Nacimiento de un Ronin

Keitaro salió del Dojo[1] escoltado por uno de los discípulos más cercanos del maestro. Pensó que, probablemente, sería la última vez que sus pies transitarían por aquel camino de piedra, la última vez que sus ojos observarían los impresionantes rojos y blancos de los koi moviéndose en el pequeño estanque. Estuvo próximo al llanto. No llegó a llorar, pero le costaba recordar una noche más triste en mucho tiempo. Si los sapos hubiesen cantado por la lluvia aquella noche, Keitaro hubiese sido capaz de escribir algún haiku que reflejase el temporal, la tristeza y dolor que le provocaba el verse obligado a abandonar el dojo.

La lluvia entona
El canto de los sapos
Dolor del alma


-          Te lo dijimos.- le dijo Chosin.- Vete ahora mismo.

Okinawa había crecido mucho en los últimos años. Keitaro había extrañado con inesperada calma el mar celeste de la isla, sin prisas, sin ansias, sin dolor. No obstante, sentía nostalgia por mirar a los pescadores en sus faenas diarias. Extrañaba ver llegar a su padre, cansado, luego de la dura jornada en el puerto, cargado de la pesca que traía en la pequeña barcaza. Ese olor que, de niño amante del dulce, le resultaba desagradable en las manos de su padre, justo ahora lo extrañaba, lo necesitaba. Keitaro nunca quiso ser pescador. Pensaba, Keitaro, aún aprendiz del maestro Matsumura en una isla de pescadores, que había mucho más que pescado en el mundo. Pensaba Keitaro, aún joven, que vivir rodeado de agua no podía si no causar locura en la gente, así que, aún joven, se marchó al continente.

Habían transcurrido diez años desde la última vez que estuvo en ese mismo dojo. Ese último día todo habían sido celebraciones. Keitaro se había convertido en un novel samurai, tras varios días de intensas pruebas. El sensei Matsamura había asegurado que Keitaro había sido, de hecho, probado por años antes de ese gran día. Había quedado demostrado, su valor, su fuerza y que sabía vivir a la perfección bajo el mandato del Bushido[2]  El joven Keitaro había logrado que Matsumura se sienta orgulloso. El maestro estaba convencido de contar con la lealtad y honor de uno de sus alumnos dilectos, aún hasta la muerte, cuando esta llegase. Hubo celebraciones, preguntas, consejos.

-          Keitaro, cuando muera, escribirás mi historia. Lo harás con exactitud, como te caracteriza.
-          ¿Sensei, por qué me habla de muerte? Usted es un hombre en sus mejores años.
-          Keitaro, la muerte no siempre espera a la llegada de los peores años de un hombre. Durante mi vida he hecho muchos enemigos, y lo sabes. Pronto estarán aquí, vendrán por mí. Yo estoy listo para enfrentarlos. Seguramente me llevaré a la mayor parte de mis enemigos conmigo. Pero tarde o temprano, no podré escapar a mi destino.

Esa noche no supo que hacer o decir más que jurarle al maestro que escribiría cada una de sus historias, que las contaría verbalmente, que dibujaría cada palabra, cada alegoría, cada metáfora, cada leyenda con la misma precisión que Matsamura se las había confiado en tantas conversaciones y que tanto maravillaron a Keitaro.

Keitaro se había convertido en el último y más reciente baluarte de la confianza del maestro, confianza que durante años se vio traicionada por discípulos predecesores de Keitaro, o por enemigos envidiosos de la depurada técnica del perfeccionista Matsamura.  El joven aprendió a guardar con celo muchos de los secretos del maestro, pero también aprendió de develar ciertas historias con orgullo y elocuencia, para acrecentar aún más la leyenda del dojo y del propio sensei.

Keitaro observó la entrada apresurada del joven Hachiro, único hijo varón del sensei. El joven no reconoció a Keitaro y desapareció en la oscuridad. Recordó, entonces, el tiempo aquel en que el maestro tuvo que aprender a sonreír a edad madura. El maestro había enviudado tras un parto complicado de su mujer. Con el pequeño Hachiro en sus brazos había vuelto a casa a mirarse en un espejo durante horas, tratando de imaginar como podía ser sonreír para regalarle al menos ese regalo a su pequeño hijo. La vida de su maestro no había sido nada sencilla, Keitaro volvió del recuerdo más triste que antes, porque, posiblemente, esa era una de las historias favoritas sobre el sensei. El bravo y valiente Matsamura había hecho un esfuerzo tremendo por reencontrase con la ternura, por amor.

-          Keitaro, tu presencia trae vergüenza a este dojo.
-     ¿Vergüenza, Chosín? ¿De qué estás hablando? Reaccionaría con furia, pero no sé el motivo de tus acusaciones.
-       Ninguno de ustedes puede acercarse al dojo. Ninguno de los moto seito[3]. ¿No entiendo cómo se te ocurrió venir acá? No les va a enseñar nada, nunca más. ¡No pueden entrenarse aquí!
-         Sólo vine a agradecer al maestro por todo. Y a visitar al amigo.  Le traje una botella del mejor sake que pude conseguir… Vine solo, mi espada es meramente ceremonial.  No vine a entrenarme…

Keitaro recibió silencio.  A Chosín se le juntaron Goro y Heizo para asegurarse que Keitaro no iba a causar problemas.

-      Debes entenderlo, Keitaro. El Sensei cambió.

‘¿Cambió? ¿Cómo cambió? Si cambió tanto como ustedes están aquí y yo no? ¿Qué pasó aquí?‘ Decía con la mirada el joven. Keitaro sabía que Matsamura era considerado un hombre violento, innecesariamente agresivo, implacable, pero nunca había sido considerado un hombre injusto. Matsamaura era muy disciplinado, y no toleraba insubordinaciones.

-      Para con ustedes, para con el Dojo, no cambié Chosín. Crecí. – Explicó con calma Keitaro

El dragón había dado paso al tigre. La eterna lucha de contrarios, el ying y yang en su mejor expresión. Cuando Keitaro partió para China y se despidió del maestro, este se dedicaba a enseñar y a curar a los enfermos, era afable y se daba tiempo para bromear. Habían pasado unos años y su mirada de combate estaba presente de forma inmutable, ni siquiera quiso el sensei mirar a su alumno. Atravesó a Keitaro con su filoso silencio, como si se tratase de un golpe de su mismísima katana. No lo miró, no lo escuchó, no hizo el saludo del dragón, ni estrechó la mano abierta que Keitaro desde lo lejos venía extendiendo hacia su maestro, pero Matsamura ciertamente lo percibió.

El dragón muere
Tiempo y vida avanzan
El tigre nace

El tigre había devorado al dragón. La parte más física, más agresiva, más guerrera, más hambrienta, combativa y confrontativa de Matsamura nuevamente se había despertado. Keitaro se había nutrido de una época anterior en la que su maestro ya fue un tigre. Keitaro había llegado a la etapa final de ese tigre y vivió el período del dragón, casi a plenitud y aprendió con él. Hoy el tigre rugía de nuevo y el joven se hallaba desconcertado ante la inesperada situación que se le presentaba en la que hasta ese día consideraba su casa, su escuela, su refugio y la cueva de su manada.

Keitaro y el maestro siempre fueron dos personas distintas que encontraron similitudes nada despreciables que permitieron una sincera amistad. Keitaro temió por muchos años ser separado del grupo por ser delgado como las ramas de bambú y tener las piernas largas y de apariencia débil como las patas de las grullas. No destacaba por su fuerza, resistencia o arrojo.  Sólo tuvo su perseverancia y su inteligencia. y el maestro siempre apreció esas cualidades en él. Llegó a ponerlo como ejemplo de superación ante los más recientes alumnos en varias ocasiones. Keitaro llegó  a samurai porque sabía servir.

No se había olvidado de servir, ni había dejado de servir en términos generales. Pero Keitaro pensó que talvez ya no le servía más a Matsamura. ¿Podía ser así las cosas?  Esa noche Satori, su esposa, trataría de consolarlo con sabias palabras.  

-          Es mejor que en tu vida esté quien quiere estar y que no esté quien no quiere estar.

La noche duerme
el recuerdo se queda
el viento viaja

Goro y Heizo empezaron a apurar a Chosín para que despidiera de una vez por todas al ahora indeseable Keitaro.


-          No necesito ocultarme de mi mismo, Chosín. Lo que he decidido y he hecho me hacen quien soy.
-          Eso ya lo sé, Keitaro. Te lo dije, el sensei cambió.  Mejor llévate todo lo que trajiste.
-          ¿Sabes lo que dice aquí, Chosín? - Le dijo mostrándole la empuñadura de su katana
-          .- Leyó Chosín.
-          El sensei Matsamura me la dio… Soy dueño de lo que he hecho y dicho. Responsable por los míos. Mis palabras, las que digo y las que escribo seguirán siendo mis huellas. Me siguen a donde voy y solo tengo las mejores palabras para él…
-          Adiós Keitaro
-          Adiós Chosin.

Desde lo alto del acantilado y a un centenar de metros, Keitaro contempla el Dojo. Pronto deberá volver a China. Con su expulsión tácita del Dojo, su vida de samurai ha terminado. Estaba maravillado de haber asistido, en primera fila, a su propia muerte y estar sentado en la más absoluta soledad del mundo para poder contárselo a toda la humanidad sin que nadie pueda escucharlo. ¿Para qué llorar? Nadie, ni Satori vendrán a consolarlo. El llanto dejó de ser mágico hace mucho tiempo. 

Muere en este invierno
Entierro la amistad
¡Oh, samurai!

Keitaro en el acantilado, mira al Dojo por última vez. He sido justo y honrado, he mostrado valor, compasión y respeto. Soy sincero. Defendí con honor mis principios, y siempre fui leal conmigo mismo, leal a mis sueños, a quienes amo y con el dojo. No tengo nada que reprocharme y acepto mi destino. Llevo conmigo el camino del Bushido que defiendo por esencia y convicción. Ya no soy un samurai, pero me siento como uno.’ Ese momento, él joven aceptó su destino y nació Keitaro, el Ronin. [4]



[1] Dojo: Hogar-escuela-centro de entrenamiento de artes marciales o prácticas religiosas.
[2] El Código de Bushido: Es conocido como ‘El Camino del Guerrero’ e incluye ciertas normas de comportamiento mandatarias para un samurai.
[3] Antiguos discípulos
[4]  Dícese de un ‘hombre ola’, un errante como una ola en el mar. Un samurái podía no tener amo debido a la ruina de su maestro, a la caída de este, o a que había perdido su favor.

sábado, 9 de junio de 2012 0 comentarios

Re-edición: Mi lado animal


Publicado el 6 de abril de 2007

Hace algo más de un año lo entendí: Soy un animal. ¿En estado salvaje? ¿Por qué tanto escándalo por una palabra que significa ‘en estado puro’? Bueno, tal vez no soy TAN salvaje… He estado sometido demasiado tiempo a la convivencia con seres humanos, en una pequeña gran jaula, llamada ciudad.

Lo descubrí. Encontré mis alas, que me iban a permitir volar y protegerme del frío, de entonces en adelante. Encontré un olfato agudo que me permitiría presentir los problemas y presentir con asco el miedo de otros… Hallé garras, hallé colmillos…, incluso me herí a mi mismo con ellos… Aprendí a usarlos y en el aprendizaje, herí a quien me quiso. Pero también herí, y con mayor fuerza a seres despreciables que intentaron acercarse.


Lo descubrí a base de soledad, porque a los animales la soledad no nos asusta. No siempre nos incomoda. Son los seres humanos los que se asustan con ella, porque se encuentran consigo mismos, y generalmente no se gustan. Por eso necesitan encontrarse con otros, que los acepten, que los respalden, porque ellos, simplemente, no se gustan y a veces, ni se toleran. 


Lo que hacemos
cuando nadie ve,
sabe a libertad.
Entre el aire, el suelo, tu y yo
hay complicidad
[1]

Lo descubrí una noche en que me observé al espejo y estaba sólo. En ese momento noté que no me incomodaba el silencio, no me dolía el vacío. Mis aullidos reclamaban mi territorio, pero no llamaban a ninguna hembra esa noche. Mis zarpazos eran meros reconocimientos de mi ser agresivo.Me observé y encontré soledad e independencia, no como condenas, sino como opciones. Animales:


Juegan a la suya sin atar a otros
y sobre los otros no pasar jamás...
Con el sol a cuestas, fiel a su destino y a su parecer.
Sin tener horario para hacer la siesta,
sin rendirle cuentas al amanecer.[2]

La noche avanzaba y yo estaba sobre los tejados, literalmente. En una ciudad que no era la mía. Inmóvil, amo y señor de todo. Inmóvil, sumiso a la luna. Inmóvil, dueño de nada. Inmóvil, hipnotizado por selene. En la calle unos dos borrachos se abrazaban para no desplomarse, y avanzaban en sentido opuesto a mi atenta mirada… Se perdían calle abajo tras una curva, los faroles jugaban con sombras que me mostraban la presencia de otros animales, menos humanos. La mirada de un gato se encontró con la mía desde el tejado de enfrente. Miramos a los borrachos y volvimos a cruzar miradas. El pequeño desapareció saltando hacia otros techos, y yo lo observé alejarse, igual que la pareja de ebrios que se perdía en un horizonte no lejano.


Poco a poco
dejas de pensar.
Te vas quedando solo
Con tu lado animal.[3]


Las imágenes me llueven a la mente… Soy un poco de todos: Un águila en una cornisa, un toro de lidia en un inmenso verde, un lobo estepario, un león durmiendo la siesta, un dragón escondido adaptándose al medio o volando sobre una arboleda, un caballo en pleno galope cuesta abajo, un leopardo en acecho, un pit-bull colgado del cuello de su presa… Soy uno solo: Un fénix ardiendo sobre todo y volando en picada, amagando estrellarse contra el planeta.


Soy un animal nocturno, que aparece y desaparece, entiendo de instintos. No entiendo de perdón. No lo quiero, ni lo busco, ni lo reclamo, ni lo ofrezco. Tampoco le doy trámite. De poco sirve el arrepentimiento. No lo necesito. Los daños ocasionados hay que pagarlos.


Busco hembras como cualquier macho. Y las busco, como ellas buscan a los machos de su especie. Pero de momento es difícil encontrarlas, porque es difícil definir mi especie. No hay prisa. Los instintos dictan los caminos y nunca me han fallado, la razón es la que se tropieza.

No soy de huir a mis enfrentamientos. ¿Para qué? Me terminarían encontrando. El cobarde muere muchas veces.[4] No me provoca huir, prefiero correr hacia donde están mis problemas. Me muevo por instinto, como los genios, los locos, los artistas y los grandes animales. De ese grupo, me parezco más a los menos consagrados. Un genio es un loco con éxito. Un artista es un loco que le perdió el miedo al fracaso. Aunque, extraoficialmente, también resalta mi locura, soy solamente una especie en extinción.[5]




[1] La Mala Rodríguez featuring Moenia, Amores Perros.
[2] Callejero, Ataque 77
[3] La Mala Rodríguez featuring Moenia, Amores Perros.
[4] Otra de esas máximas, fabulosamente usadas por Jorge Valdano en uno de mis libros preferidos. ‘El miedo escénico y otras hierbas’.
[5] Piensa en mí, de vez en cuando porque soy una especie en extinción, prestado de Mikel Erentxun.





jueves, 31 de mayo de 2012 0 comentarios

8. Una vida juntos – (Siempre nos quedará París)

Nunca pude conseguir que se nos pegaran las sábanas. Solíamos despertar temprano y mirarnos a los ojos en silencio por una veintena de minutos. A veces el cansancio me podía más y solamente tenía fuerza para mirarte por el diminuto espacio que me queda entre los párpados para que mi pupila aparezca, tan temprano en la mañana, y por donde alcanza a entrar algo de luz.  Todo este esfuerzo para que aparezca algo de TU luz, algo de la sonrisa burlona con la que me miras cuando te pongo mi cara de dormido. ¿Recuerdas que te solías levantar muy temprano? Debías marcharte. Odiaba que me dejes con las ganas de desayunar juntos. 

Conforme se acercaba el fin de año despertábamos más pronto.  El calor no se podía tolerar. Aunque dormíamos más en invierno, sin duda. Es extraño vivir en un país que tiene el clima de cabeza.  Me había acostumbrado a la blanca Navidad, no a una sudorosa y cálida Navidad,  cargada de mosquitos y humedad.


Dormíamos más en invierno, que en julio y agosto era casi insufrible. El invierno se notaba en las paredes. Bastaba con tocarlas para saber que pese a la calefacción central estábamos viviendo en lo que yo consideraba un iglú. Empeoró cuando el sistema de calefacción se estropeó, y la casera, con ese estilo tan suyo de exigir y no exigirse, no apareció cuando más la necesitábamos. No era de extrañarse. Ni se me hizo extraño dormir tan abrazados. El frío parecía desplomarse sobre las cobijas, desde entonces más pesadas, aplastando nuestros cuerpos. A vos se te daba por calentar tus pies frotando tus medias contra mis tobillos, produciendo una fricción molesta que temía termine por encender en llamas la madera de la cama o me despelleje las piernas. Yo fingía que no me molestaba sin apartar mis ojos de la televisión. ¡Vos y tus medias para dormir! ¡Un atentado a la moda que hasta tu mejor amiga desconoce!

Las noches del sábado pasaban entre algún bar con los amigos, un restaurante cerca del río o eran solo noches de dos y  para dos; eran noches a puerta cerrada, de te amos remordidos y de alaridos silenciosos, de escalofríos y movimientos espasmódicos de amores veinteañeros… Eran noches que paulatinamente se fueron transformando en largas conversaciones sobre temas trascendentales como el amor, la vida, y los niños; sobre el trabajo, sobre Juanito y su esposa y algunas otras parejas de amigos...  Era como jugar un rol para el que nuestros cuerpos jóvenes y hermosos aún no estaban listos. Envejecí. Envejeciste. Envejecimos en pocos meses, en solo unos días, envejecimos tras un par de discusiones de esas que se pudieron haber evitado, pero no quisiste. Eres caprichosa. Lo sabes. Soy caprichoso, lo sé. Pero no soy ingenuo y sabía perfectamente algo que vos no: A dónde nos llevaba tu capricho, y a donde te seguiría el mío.  Envejecimos. ¿Ya no te gusto? Envejecimos irremediablemente. ¿Ya no me quieres? Envejecimos, me animo a creer, sin retorno.  ¿Te gusta otra? ¿Te enamoraste de otro?  Envejecimos y fue tu culpa y mi estúpida complicidad.  Envejecimos y nos agarró la crisis de los cincuenta a tus veintiseis años y a mis treinta con algunos chelines.  ¿Y ahora qué hacemos, amor?   ¿Cómo te digo que cuando huelo tu cuerpo aún siento ese deseo irrefrenable de cogerte? ¿Cómo te digo que aunque te mates en el gimnasio aún conservas intactas las pequeñas pero exactas curvas con las que te conocí, de las que me enamoré y que me torturaron aquellos días, meses, años y horas que decidiste someterme a prueba con tu ausencia?  ¿Cómo te digo que tu cabello cae exactamente igual que aquella noche en que bailabas a diez metros de mí en el boliche ese al que tanto te gustaba ir donde solo tocaban música electrónica de esa que pasada la media hora me aburre? ¿Cómo te cuento que esa noche me quise ir a la mierda varias veces, porque el aburrimiento y la frustración eran grandes, pero que verte bailar, soberanamente mal, fue la cosa más sexy y encantadoramente espontánea que vi en mi vida hasta entonces?  ¿Cómo hago para destrabar todo lo que siento ante esta rutina en la que parece que parafraseáseamos o imitásemos a tus padres, olvidándonos que seguimos siendo niños y que deberíamos estar jugando en el jardín?


Amor, no hay mucho que imitar. No hay casi nada que parafrasear. Es tan poco lo que he escuchado hablar a tus padres entre si, que parece que nos toca improvisar el guión. Somos tan diferentes a tus padres, que no podríamos actuar como ellos. Pero, de repente, se me hace que somos tan parecidos, que me encojo ante tan contundente evidencia que el tiempo nos metió un golazo por la escuadra. 


Hace dos días éramos libres, tu y yo. Por dos días fuimos libres. Dos días antes de eso, vos eras libre sola y yo era esclavo de mis deseos. Y ahora no distingo lo que es la libertad. Me confunde lo que veo. Te doy tu espacio, me das mi tiempo… Tienes mi espacio, invado tu tiempo y a momentos me parece divisar los limites de la gigante jaula que no sé si nos atrapa o nos protege.

Había noches en que nos daba por descorchar un Malbec, y arrancar con la filosofía y la dialéctica a las dos de la mañana cuando quedaba ya solo una media copa de vino esperándonos en el fondo de la botella… ‘La vida se trata de…’, ‘La felicidad es…’ ‘La mejor forma de vivir es…’ , ‘El sistema táctico que mis equipos deben aplicar sería…’ , ‘la mejor época de la historia fue…’, ‘Las tres mejores películas que vi…’ y cada cosa que decíamos quedaba ahí, flotando, en una especie de perfecta incompletitud, quedaba colgando en una laguna mental en la que te gustaba que te bañe. Esa laguna en la que no nos mentíamos, pero tampoco sabíamos si lo que habíamos dicho era verdad, o si era ‘LA verdad’. A veces las pienso como frases tiernas y de dudosa utilidad que nos sirvieron para cubrir el ‘time-out’ de nuestras madrugadas.

Y entonces, lo reconozco, me asusté. Yo, me asusté, no vos. Vos siempre fuiste más valiente, pero también más inconsciente. Será que vi que simple y mediocremente estábamos resistiendo, como que si lo que contase fuera aguantar juntos, pese a todo…  Creía que resistíamos porque nos amábamos, y no que nos amábamos porque resistíamos… Lo reconozco, me asusté yo primero, porque no sé resistir así. Yo siempre jugué de volante de creación y hasta de falso nueve, aunque nunca fui falso. Por eso volví a la creación y ahora me pedías que contenga, que retenga, que meta la cola atrás… ¿Cómo se hacía eso?  ¿Cómo se hace? Dímelo, que nunca aprendí.



¿A qué edad exactamente uno se hace tan mayor, que deja de soñar y se vuelve un viejo tan amarga Y estúpidamente pragmático?  Me niego a olvidarme de mis sueños, me niego a que te calles los tuyos.  Anoche te vi mirar a nuestro hijo a los ojos mientras dibujaba. Te ví esa sonrisa tan tuya y tan eterna, cuando él te contestó que quería ser arquitecto cuando sea grande… ‘como vos, mamá!’ No sé si ese sueño siga intacto o no en su futuro, no sé si son las frases típicas que sueltan los nenes cuando nenes desde su inconsciente, para que la mamá se babee por ellos…. Solo sé que te vi soñadora otra vez. No entiendo tu existencia en mi vida sin tus sueños.


Se nos pasa la vida volando. Yo te amo como el primer día. Rejuvenezco amor.  Es un ida y vuelta. que  va más allá de la reciprocidad, no lo haces por devolvérmelo. Me amas porque te nace y porque me lo merezco. Vos mereces que te amen, que te cuiden, y que caminen de tu mano, a tu lado, por este camino tan difícil que hemos seguido, de ida y vuelta, por los años que aún no vienen y que vendrán.  Yo te amo casi igual, pero decididamente, un poco más.  Ahora recuerdo que habíamos olvidado  no cortar tus alas y no impedir mi vuelo… Habíamos olvidado confiar, creer, dejarse caer porque la alas nos iban a responder, porque el otro nos iba a levantar, sin sujetarnos, porque el que sujeta protege, pero también coarta. Habíamos olvidado hablar de ese vuelo conjunto que teníamos pendiente, del viento y del sol derritiendo nuestras alas de cera y de esa monumental caída libre que son los incontables orgasmos que te dediqué y que me regalaste. Ya lo sé… No volamos tanto como nos lo prometimos, pero volamos y seguiremos haciéndolo y eso cuenta.  Hemos sido felices. Contigo envejecí y volví a la juventud en algo más de dos días.


Amor, me hubiese gustado viajar alrededor del mundo con vos.  Barcelona nos espera. Sidney preguntó por vos.  No concibo Praga sin ti. Hasta que te conocí no imaginé San Sebastián como destino. Te amo. Nuestra casa está aquí.  Siempre nos quedará París… Te lo dije una vez, y te lo repito aunque ya sea cliché… Siempre nos quedará Paris.

La vida es extraña, pero generosa si terminas aceptándola. Te debo mucho… Me debes tanto…. Me salvaste de una muerte oscura, Te salvé de una vida vacía…. Y en el pedestal me queda las dos veces que toqué tu pancita pipona sintiendo esos cuerpecitos latentes, creciendo, ansiosos por nacer, ansiosos como vos, querían correr antes de caminar.



Amor, envejecimos otra vez.  Esta vez lo hicimos bien. Ha pasado mucho más de dos días en la vida. Estás hermosa tu cabello aún conserva la misma gracia que aquella noche en el boliche, solo que ha cambiado su color. Ahora escribo más despacio porque tengo dificultad para encontrar las letras sobre el teclado.  El mundo se hizo un lugar muy grande, se volvió una coartada por demás repetida y vulgar de los sueños que tuvimos que otros copiaron. Pero ‘NUESTRO mundo’ se hizo mucho más pequeño. Ya pasamos la vida juntos, de todas formas. Mi amor. Comenzamos juntos la historia y es muy posible que así la terminemos. Habrá un último beso que nos conforte si no hay eternidad, o que sirva de antesala para lo que vendrá, o nos sirva de consuelo si es que el otro se adelanta en el viaje sin regreso.   Duerme, mi amor. ¡Qué buena vida ha sido la vida, esta vida!  Duerme mi amor, que Paris nos espera en sueños… Te lo dije ya, aunque suene a cliché: Siempre nos quedará Paris.

miércoles, 23 de mayo de 2012 2 comentarios

7. Reflexiones desde el living (y desde la 'Ciudad del Desencuentro'')

Reconozco que tengo predilección por algunas personas. Hay ciertos amigos a los que quiero más, otros a los que no tanto… Creo que incluso podría haber familiares no inmediatos con los que siento y muestro una mayor afinidad. Lo considero totalmente normal. Creo que hay gente por la que puedo poner la mano en el fuego y por quién podría llegar hasta mentir; pero por otros, no. A esos otros solamente les recomendaría que tengan cuidado porque se van a quemar en ese mismo fuego.  Hay gente por la que iría a la guerra y con la que iría a la guerra, y gente a quien no le tengo ninguna fe en sus propias guerras, pero que si salen victoriosos, me contentaría mucho.  Creo que se puede querer a las personas en diferentes grados... ‘Te quiero’: a veces es poco. ‘Te quiero mucho’: a veces es más. ‘Te quiero muchísimo’: tiene un gran peso y luego de ese ‘te quiero muchísimo’, ¿qué viene?.... ‘Te quiero’, nuevamente y resulta que menos es más… A veces, no va un ‘te quiero’, si no un ‘te amo’ cuando la historia es muy grande.

Pero el te amo’ no contempla gradaciones. No hay un te amo poco o mucho… 'Te amo mucho' resulta redundante. El amor cuando crece se expande en sí mismo, pero no se ama por porcentajes. Mi amor nunca creció del 50% al 76,3%, por poner un ejemplo. El amor no reconoce tibios, ni incompletitud. Amas a alguien o no. Si hay dudas, no la amas. Talvez la quieres muchísimo… Talvez la quieres, solamente. Pero no hay amor. Cuando sales a la lluvia o te empapas o simplemente no sales a la lluvia, no hay espacio para relativos.  Yo no amo ‘para ver que pasa’.

- ¿Estás con alguien? 
- No, no soy con nadie.- respondí. 

Estar es eso: sola y vulgarmente, ‘estar’, como una planta, como un cuadro, como la silla vieja en la que descansa mi campera las noches… Eso es estar. Me gusta SER con alguien, implica acción. Estar me parece muy pasivo, como para subirnos en un barco que no sabemos a donde va y que nos lleve el viento. Perdón, no puedo. Eso no puedo. Nunca tuve tanta suerte como para dejar que el viento me lleve a donde se encapriche.  ¿Estás con alguien? ¿Estás QUÉ con alguien?... Estoy bien… Estoy mal. No lo entiendo de otra forma.

No empezaría a salir con alguien ‘para ver que onda’. No soy una persona tibia. No es que salgo con alguien pensando que me voy a casar con ella. Cuando salgo es para saber si me gusta o no; si me gusta como persona, como mujer, como ser humano, como profesional apasionada porque me gusta que me transmita pasión, no por mí, que soy un desconocido, al fin y al cabo, sino por las cosas que piensa o que hace. Ojo, no hablo de ver si me gusta para pensar en ella como novia. Si no de conocer a la mujer detrás del personaje y a la persona detrás de la mujer. No necesito más. Luego de eso podemos no volver a vernos nunca más, o vernos todos los días. Hay un abanico demasiado grande de posibilidades que por la cuadradez mental no queremos aceptar, si me permiten el palabro.

Cuando yo salgo con alguien quiero saber qué es lo que piensa, y primeramente quiero saber eso: que ella piensa, aunque no sintonicemos siempre. Eso es lo de menos. Cuando salgo con alguien quiero escuchar otras palabras que no sean las mías. No, no quiero enamorarme. No en ese momento,  ni quiero que se enamoren de mí… Quiero conocer sin pausas y sin prisas a mi interlocutora, quiero que no existan esas miradas angustiadas al reloj que parece que la persona no encuentra el momento de irse y lo busca entre las manecillas; no quiero chequeos constantes al blackberry, a los mensajes que recibe, a los tuits que no le llegan… Ya habrá tiempo de eso, y que los encuentros acaben cuando tengan que terminar. Odio los apuros, las presiones y los encuentros obligados. Y por obligados entiéndase esos en los que calza un ‘¡Mierda, por qué le dije que si, si no quiero verlo?’ ‘Si no quiero salir con ella’

No soy un tipo tibio. No puedo amar a alguien especulando con el ‘yo no sé mañana… yo no sé si soy para ti, o si serás para mí’. ¡Esas son obviedades! No voy a dejar de dar mi todo porque no pueda predecir mi futuro. Como amigo soy tan total como lo soy como hombre, como ser humano.  Siento la obligación de no perder la coherencia entre lo que digo y lo que hago, so pena de sentirme muy frustrado, porque al único que no puedo defraudar es a mi mismo.

Creo que cuando amas a alguien, con tal intensidad y fuerza que no se pueden explicar, la vas a ‘querer bien’, con el ‘ti volglio bene’ de los italianos y le vas a amar cuando esa persona está en sus mejores días y le de gusto mirarse en tus ojos, o cuando conversas con ella con la luz apagada y escuchas que el baño está perdiendo agua y te toca levantarte porque a ella le va a dar frío; la vas a amar cuando te estés bañando y no encuentres el momento que el baño termine para salir medio mojado, y darle un beso. La vas a amar cuando ella se vaya de compras o cuando tengas que acompañarla; o cuando se enoje y no quiera decir lo que le pasa, aunque le hayas explicado ‘n’ veces que odias que se quede callada; cuando llore, cuando se sienta sola pese a tu compañía incondicional, cuando se enoje con o sin razón, pero sobre todo cuando esté triste y dolida, porque es precisamente cuando más necesitará de tu amor.  Yo creo que cuando amas a alguien, la amas siempre, aún cuando ella se enoje porque el perro de los dos te quiere más a vos que ella; la vas a amar siempre, cuando cocine bien y cuando queme el arroz; cuando te cambie de canal, cuando se suba sobre tu cuerpo, cuando se venga, llena de placer y hasta cuando te diga, ‘mi amor, esta noche no tengo ganas’ y te quedes preocupado; la vas a amar igual, con totalidad. Cuando esté totalmente agotada y se sienta desecha, pero vos la veas hermosa porque está cargando a tu pequeño y arrugado bebé que acaba de traer al mundo, la vas a amar igual, con totalidad, pero sentirás que es más porque la emoción te eleva del piso.

No hay un te amo hoy y mañana no. Sé que las cosas cambian y que ‘yo no sé mañana' cambiamos de ánimo, cambiamos de casa, cambiamos de ciudad y hasta de país;  cambios causados por hormonas convulsionadas, cambios causados por estrés laboral, añádele que tu equipo no salió campeón, el período menstrual, el mal momento económico del país, y el sueldo que no alcanza a fin de mes;  y de corolario, las miserias humanas frustrando nuestro día a día… pero pese a que conozco y reconozco todos estos factores, conozco al amor como fuerza última. Creo en el amor, ese que cuando encuentras algo que no te gusta, te hace maldecir pensando en la persona que tanto adoras, seguido de la forma en que tan dulcemente le llamas, niegas con la cabeza, te sonríes entre molesto y compasivo y tienes deseos de volver a verla para darle un beso. 
jueves, 12 de abril de 2012 0 comentarios

Re-edición: Empezar de Cero

Posted by Juan K Peña on miércoles, febrero 14, 2007

Hay un buen momento para volver a empezar? ¿Cuándo es el tiempo de decir borrón y

cuenta nueva?... ¿Hay un mal momento para volver a empezar? ¿Es mejor quién no tiene que volver a empezar? ¿Es mejor aferrarse al mundo que conocemos, dominamos y destruimos o luchar por el mundo que en verdad queremos, que podemos crear y que es tan intenso que puede dominarnos, que nos puede destruir?

Empezar de cero, con el disco duro nuevo… Sí, borrón y cuenta nueva, para que todo el universo pueda buena y dócilmente irse a la mierda, no dejar marca, no dejar huella… ¿Cuánta energía necesito para oponerme a todas las fuerzas que no quieren que ‘resetee’ todo…? ¿Quién se atreve a interponerse entre mi actitud de ‘hoyo negro’, afectando todo lo que he hecho, todo lo que he creado, todo lo que he modificado? Solamente quiero lanzar una bomba de hidrógeno que no deje títere con cabeza… Nada, pero JuanKa…Comenzar de cero, inventarme un nombre, inventarme una identidad, cambiar mi cédula, volver a nacer, sin cargas del pasado….

Soy radical, lo sé. Pero también perfeccionista. Esa es una misma avenida con dos vías, pero ambas llevan al sufrimiento inequívocamente. ¿Acaso una hoja de papel totalmente blanca no es una estructura hermosa, tanto como una hoja que reúne un texto bello con palabras exactas, la puntuación cayendo donde debe, lo que debe ser dicho, dicho, y lo que debe ser callado, dejado a la imaginación…

Si, los dos caminos conllevan dolor. ¿Quién dijo miedo? El dolor es el precio que me gusta pagar por las cosas que quiero. La vida no es un camino fácil. No es una hoja en blanco y menos un texto perfecto, pero a veces es necesario hacer un ‘reseteo’. Dejar la máquina como nueva… A veces no es necesario, pero es posible... ¿Qué hay con los recuerdos? ¿Buenos y malos, quiero borrarlos también? Se puede resetear la máquina, pero no retroceder el tiempo. Hay archivos que no se pueden borrar, que no se deben borrar… Archivos que descubro que no quiero borrar.

Empezar de nuevo, sin destino y sin tener

un camino cierto que, me enseñe a no perder la fe

y escapar de este dolor

sin pensar en lo que fue

¿cuánto aguanta un corazón sin el latido de creer?[1]

No es morir. Es empezar, nada más. ¿Mismo ‘hardware’, más ‘software? Si, supongo que eso no lo ofrecen en Extreme Make Over… Hay cosas que no se pueden borrar, que no se deben borrar: Mis padres y mis hermanos, mi labrador Tony y su muerte envenenado, la primera pelota que tuve, la visita al zoológico, estar enfermo, el gol de Diego Maradona a Inglaterra en el ‘86[2], aprender a montar bicicleta; El sabor de la pepa del café tostado, la leucemia de mi hermano, el chocolate caliente que mi abuela hacía para mí, el olor a vainilla en la vela de noche de mi tía, el beso de colibrí que di, el beso que como tigre robé, el primer rechazo y la primera novia, todas las vergüenzas, toda la televisión que vi, la mezcla del sabor de ron con hierba y tierra en una borrachera en un jardín….; Mis victorias, solo las mejores, mis derrotas, solo las más dolorosas… dudar la existencia de Dios y tener la seguridad de que alguien observa mis miserias y minimiza mis grandezas…; las cartas de Carla, tanta música y tanta poesía, el abrazo de Paula y su cabello cayendo sobre mis manos al final del abrazo, mi ciudad vista desde arriba, desde adentro, desde fuera, desde abajo y desde la soledad….desde una soledad que premia con sabiduría y castiga con frialdad… Samantha y sus dulces palabras en un idioma que no conocía… mi primer trabajo y mi primera renuncia, mis miedos, los desplantes de la Chiqui, todos los dolores físicos, los odios, esos buenos odios que me hacen más noble…[3]; Todas las traiciones, los amigos que se perdieron, los que perdí y los que deje que se perdieran; hacer el amor con ángeles, diosas y diablas; los golpes más dolorosos, esos que le hacen pensar a uno que es mejor morirse y el sanador beso de Zannah... Todo circulando a una velocidad impresionante en mi alma, elementos chocando entre si, mezclándose y volviendo a separarse.

A los veintiocho años me pareció un buen momento para hacer un ‘reseteo’ de máquina. Me decidí a comenzar de cero, todo, otra vez como si hubiese vuelto a nacer, como si los años vividos en la Universidad, el estudio, el dinero invertido, las noches de no dormir por estudiar y de dormirme por estudiar no contasen…., como si mi trabajo en tres estudios jurídicos fuesen unas horas de sueño…

En lo bello, en la verdad de la esperanza de esta sed de amar,

en los sentimientos que se quedan sueños que perduran

y busqué y subí y fui preso entre las alas del amor

sin distancia y sin recuerdos en las arenas de esta soledad[4]

Soy una mente que brilla con intermitencia. Un corazón que se tambalea entre el niño bueno y el gangster malo, con un sutil toque de 'psycho killer'. Soy un alma anciana cargada de energía blanquinegra, más blanca que negra, pero a veces intensa y adorablemente negra. Soy un soñador y un ‘laburante’… Y si, una permanente lucha de contrarios. Mis inconsistencias y mis constancias, mi superficialidad y mi profundidad, mis banalidades y mi espiritualidad, mi crueldad y mi dulzura, mi egoísmo y mi generosidad, mi independencia y mi necesidad por escuchar una voz que me hable de vuelta.

Soy un director técnico de fútbol, un analista deportivo. Soy un escritor que perdió todo lo escrito y que casi no ha escrito nada. ¡Excelente! ¡Muchas páginas en blanco para mí! Soy un fénix rompiendo el cascarón, aún caliente y sabor a ceniza. Soy mi mayor orgullo, hasta el momento que mis hijos, que aún no tengo, ocupen ese lugar. Soy mi mayor preocupación, mi mejor rival, mi más grande apuesta y el único capaz de decidir si este es el universo en que quiero estar.


[1] Arenas de Soledad, Habana Blues.
[2] En realidad los dos goles. La mano de Dios y el gol histórico.
[3] Mario Benedetti.
[4] Arenas de Soledad, Habana Blues


 
;