jueves, 12 de abril de 2012 0 comentarios

Re-edición: Empezar de Cero

Posted by Juan K Peña on miércoles, febrero 14, 2007

Hay un buen momento para volver a empezar? ¿Cuándo es el tiempo de decir borrón y

cuenta nueva?... ¿Hay un mal momento para volver a empezar? ¿Es mejor quién no tiene que volver a empezar? ¿Es mejor aferrarse al mundo que conocemos, dominamos y destruimos o luchar por el mundo que en verdad queremos, que podemos crear y que es tan intenso que puede dominarnos, que nos puede destruir?

Empezar de cero, con el disco duro nuevo… Sí, borrón y cuenta nueva, para que todo el universo pueda buena y dócilmente irse a la mierda, no dejar marca, no dejar huella… ¿Cuánta energía necesito para oponerme a todas las fuerzas que no quieren que ‘resetee’ todo…? ¿Quién se atreve a interponerse entre mi actitud de ‘hoyo negro’, afectando todo lo que he hecho, todo lo que he creado, todo lo que he modificado? Solamente quiero lanzar una bomba de hidrógeno que no deje títere con cabeza… Nada, pero JuanKa…Comenzar de cero, inventarme un nombre, inventarme una identidad, cambiar mi cédula, volver a nacer, sin cargas del pasado….

Soy radical, lo sé. Pero también perfeccionista. Esa es una misma avenida con dos vías, pero ambas llevan al sufrimiento inequívocamente. ¿Acaso una hoja de papel totalmente blanca no es una estructura hermosa, tanto como una hoja que reúne un texto bello con palabras exactas, la puntuación cayendo donde debe, lo que debe ser dicho, dicho, y lo que debe ser callado, dejado a la imaginación…

Si, los dos caminos conllevan dolor. ¿Quién dijo miedo? El dolor es el precio que me gusta pagar por las cosas que quiero. La vida no es un camino fácil. No es una hoja en blanco y menos un texto perfecto, pero a veces es necesario hacer un ‘reseteo’. Dejar la máquina como nueva… A veces no es necesario, pero es posible... ¿Qué hay con los recuerdos? ¿Buenos y malos, quiero borrarlos también? Se puede resetear la máquina, pero no retroceder el tiempo. Hay archivos que no se pueden borrar, que no se deben borrar… Archivos que descubro que no quiero borrar.

Empezar de nuevo, sin destino y sin tener

un camino cierto que, me enseñe a no perder la fe

y escapar de este dolor

sin pensar en lo que fue

¿cuánto aguanta un corazón sin el latido de creer?[1]

No es morir. Es empezar, nada más. ¿Mismo ‘hardware’, más ‘software? Si, supongo que eso no lo ofrecen en Extreme Make Over… Hay cosas que no se pueden borrar, que no se deben borrar: Mis padres y mis hermanos, mi labrador Tony y su muerte envenenado, la primera pelota que tuve, la visita al zoológico, estar enfermo, el gol de Diego Maradona a Inglaterra en el ‘86[2], aprender a montar bicicleta; El sabor de la pepa del café tostado, la leucemia de mi hermano, el chocolate caliente que mi abuela hacía para mí, el olor a vainilla en la vela de noche de mi tía, el beso de colibrí que di, el beso que como tigre robé, el primer rechazo y la primera novia, todas las vergüenzas, toda la televisión que vi, la mezcla del sabor de ron con hierba y tierra en una borrachera en un jardín….; Mis victorias, solo las mejores, mis derrotas, solo las más dolorosas… dudar la existencia de Dios y tener la seguridad de que alguien observa mis miserias y minimiza mis grandezas…; las cartas de Carla, tanta música y tanta poesía, el abrazo de Paula y su cabello cayendo sobre mis manos al final del abrazo, mi ciudad vista desde arriba, desde adentro, desde fuera, desde abajo y desde la soledad….desde una soledad que premia con sabiduría y castiga con frialdad… Samantha y sus dulces palabras en un idioma que no conocía… mi primer trabajo y mi primera renuncia, mis miedos, los desplantes de la Chiqui, todos los dolores físicos, los odios, esos buenos odios que me hacen más noble…[3]; Todas las traiciones, los amigos que se perdieron, los que perdí y los que deje que se perdieran; hacer el amor con ángeles, diosas y diablas; los golpes más dolorosos, esos que le hacen pensar a uno que es mejor morirse y el sanador beso de Zannah... Todo circulando a una velocidad impresionante en mi alma, elementos chocando entre si, mezclándose y volviendo a separarse.

A los veintiocho años me pareció un buen momento para hacer un ‘reseteo’ de máquina. Me decidí a comenzar de cero, todo, otra vez como si hubiese vuelto a nacer, como si los años vividos en la Universidad, el estudio, el dinero invertido, las noches de no dormir por estudiar y de dormirme por estudiar no contasen…., como si mi trabajo en tres estudios jurídicos fuesen unas horas de sueño…

En lo bello, en la verdad de la esperanza de esta sed de amar,

en los sentimientos que se quedan sueños que perduran

y busqué y subí y fui preso entre las alas del amor

sin distancia y sin recuerdos en las arenas de esta soledad[4]

Soy una mente que brilla con intermitencia. Un corazón que se tambalea entre el niño bueno y el gangster malo, con un sutil toque de 'psycho killer'. Soy un alma anciana cargada de energía blanquinegra, más blanca que negra, pero a veces intensa y adorablemente negra. Soy un soñador y un ‘laburante’… Y si, una permanente lucha de contrarios. Mis inconsistencias y mis constancias, mi superficialidad y mi profundidad, mis banalidades y mi espiritualidad, mi crueldad y mi dulzura, mi egoísmo y mi generosidad, mi independencia y mi necesidad por escuchar una voz que me hable de vuelta.

Soy un director técnico de fútbol, un analista deportivo. Soy un escritor que perdió todo lo escrito y que casi no ha escrito nada. ¡Excelente! ¡Muchas páginas en blanco para mí! Soy un fénix rompiendo el cascarón, aún caliente y sabor a ceniza. Soy mi mayor orgullo, hasta el momento que mis hijos, que aún no tengo, ocupen ese lugar. Soy mi mayor preocupación, mi mejor rival, mi más grande apuesta y el único capaz de decidir si este es el universo en que quiero estar.


[1] Arenas de Soledad, Habana Blues.
[2] En realidad los dos goles. La mano de Dios y el gol histórico.
[3] Mario Benedetti.
[4] Arenas de Soledad, Habana Blues


lunes, 2 de abril de 2012 2 comentarios

6. Memorias de bullying (Memorias de abuso escolar)

Yo fui víctima de bullying o acoso escolar. Es un tema del que no hablo mucho, pero sin duda marcó mi forma de ser por mucho tiempo. Es difícil que un tema así no te deje huella y más cuando se lo vive en los tres niveles que este negativo fenómeno se presenta: psicológico, verbal y físico, de forma reiterada y por un período considerable.

En mi caso, el período comenzó temprano. Recuerdo claramente que niños mayores nos golpeaban a mis amigos y a mi cuando tendríamos unos cuatro años. Éramos atacados por un grupo de niños más grandes que siempre se nos acercaban por sorpresa en el patio de atrás del jardín de infantes, y nos zurraban hasta dejarnos tendidos entre la tierra y la hierba que circundaba la zona de columpios. Recuerdo claramente un sabor metálico impregnado a la tierra del patio trasero y lágrimas más amargas que saladas al confundirse con pedacitos de hierba que entraban a la boca. Recuerdo abrir los ojos cuando la pequeña tormenta de golpes había cesado. No olvido el ver a otros niños tendidos, y llorando, como yo, a pocos metros de distancia de donde estaba sacudiéndome el polvo de los pantalones y recuerdo con mis pequeñas manos sucias haber limpiado mi cara. Mis compañeros se veían al principio algo borrosos, talvez producto de las lágrimas, pero luego aparecían tan claros y tan humillados, como yo. Ningún niño debería vivir eso, pero no fui el primero, ni seré el último, y eso es todavía más triste.


Pero el peor recuerdo de mi infancia tiene nombre propio. Se llamaba Diego Noboa. Debía llevarme una cabeza de altura por lo menos y unos cuantos kilos de diferencia. Para mí, era el ‘Gordo’ Noboa. El cabello le caía de lado, como a Hitler, pero el mechón típico iba más hacia un lado que bajarle por la frente, tenía unas pocas pecas y nariz respingada pero con fosas nasales anchas como las de un cerdito. Sus ojos eran grandes, pero rasgados y oscuros. En uno de sus párpados tenía una especie de cicatriz que me repugnaba tanto como su sonrisa socarrona. El tono siempre burlesco de su voz me exasperaba.

Le tuve miedo desde el primer día que empezó a hostigarme. Vino con otros dos matoncitos a amenazarnos a otro amigo y a mí.

- ¡Quiero que muevan ese arco al otro lado de la cancha! – ordenó sin siquiera presentarse.

- ¿Qué? Nosotros estamos jugando acá. No pusimos el arco ahí. – le dije sin entender nada, mientras mi amiguito ya había percibido que algo raro pasaba.

- ¡Múevanlo ya! - Insistió golpeándonos mientras los matoncitos nos sujetaban.

- ¿Estás loco? ¡No soy superman!

- ¿Ah, si?, bueno ‘superman’, muévelo solito.

Para mi mover un solo centímetro de un arco metálico de fútbol-7, a mis cinco años, siendo uno de los chicos más pequeños de la escuela y posiblemente el más flaquito, era una misión imposible, digna de Hércules, Hulk Hogan o Superman, pero para el Gordo Noboa fue la ocasión propicia para fastidiarme el recreo por primera vez. Recuerdo que me pegaba mientras yo empujaba, inútilmente, el arco de fútbol y se burlaba de mí llamándome ‘superman’. Así descubrí el sarcasmo y lo hiriente que podía ser.

No apareció todos los días de mi infancia. Pero tenía la estúpida delicadeza de aparecer cuando volvía a disfrutar de mis recreos, cuando volvía a sentirme a salvo y me olvidaba de la existencia del desagradable abusador. Cuando mis autitos de juguete volvían a acelerar sobre las paredes convertidas en interminables autopistas de mi infancia, el asomaba de la nada, en medio de la vía para negarme el paso e interrumpir mis juegos con insultos, amenazas y golpes por la espalda.

A Noboa, secretamente, yo le llamaba ‘El Roña’. No sabía ni el significado de la palabra, pero estaba seguro que el apodo le venía como anillo al dedo y hoy no me cabe la menor duda. Me sonaba a veneno, a mentira, a falso, a lodo, a porquería, a maldad, a mala intención, a alevosía, premeditación, ventaja y nocturnidad

El gordo era una especie de predador. Acechaba cuando nadie lo veía, cuando nadie podía evitar que su presencia se volviese una tortura, no solo para mí, si no para otros chicos. A veces empujándome escaleras abajo, por las espaldas. Otras veces, acusándome ante otros de cosas que yo no había hecho, ni había dicho, con el solo objetivo que otros me agrediesen.

Callé las agresiones. No sé la razón. Talvez era una mezcla de vergüenza y de miedo, porque el dolor siempre era mayor por dentro. Quizá era esa sensación de debilidad física e interna que se traducía en la impotencia de no poder defenderme y convertirme en presa fácil del Roña Noboa. A veces, no quería que llegue el recreo, ni la hora de salida. Tampoco quería ir a clases y los domingos solo lograba conciliar el sueño casi de madrugada porque me atormentaba la idea de lo que tendría que enfrentar al día siguiente o no, si me lo encontraría en los pasillos, en la cola del bar antes de comprar un sándwich de queso caliente de los que preparaba Don Rafa y que si el gordo aparecía terminaría en sus manos o en el piso, dependiendo del hambre o el capricho con el que viniese.

Siento pena del niño que fui. Siento vergüenza de admitir que no tenía la fuerza moral, ni el valor para defenderme en ese momento. Recuerdo que fueron pocas veces las que supe defenderme de chicos más grandes que yo, pero fueron veces memorables. A veces me defendí de niños que me superaban en tamaño y me doblaban en edad, y aún llorando y lleno de miedo, me enfrenté y salí victorioso.

Pero no con el Roña. Con Noboa y sus secuaces no era posible. Fueron años maltratándome de forma sistemática, comiéndome la moral, el orgullo y el valor. Era un chico asustado. Callé. Y otros callaron por temor a que les pase lo mismo, ellos también deberían recordar este suceso con cierta vergüenza. Otros actuaron con indiferencia y deben sentir aún más vergüenza. Pero aquellos que fueron cómplices o incluso los que fingieron o se vanagloriaron en una falsa defensa de los débiles, cuando nunca aparecieron, son los que peor deberían sentirse.

El bullying o abuso escolar se caracteriza por el uso excesivo de poder y fuerza por parte de una o más personas hacia un chico o un grupo de chicos, considerados más débiles, en pos de la intimidación de sus víctimas. No necesariamente el Gordo Noboa era más fuerte que nosotros, pero puede ser que esa haya sido nuestra percepción por el temor que llegamos a tenerle.

De tales circunstancias, muchos recreos me sentía física y mentalmente expuesto a las posibles agresiones del roñoso. Era un venado congelado e inmóvil ante la luz de un trailer a alta velocidad en medio de la carretera. Califico gran parte de mi infancia y adolescencia como etapas de tristeza, de soledad, nerviosismo e introversión. Amo mi vida adulta, amé la universidad y no daría absolutamente nada por regresar al pasado, porque aprendí a disfrutar muchísimo de mi presente y no entiendo la vida de otra forma ahora

¿Pero, qué quería el Roña? ¿Por qué me eligió? Si nunca me metí con nadie. ¿Por qué el otro gordo, que me parecía inmenso e inmensamente afeminado, le hacía de acólito? ¿Por qué otros niños festejaban mi dolor, mi llanto, su burla? ¿Por qué no hice nada?

Posiblemente, no encuentre respuestas a estas preguntas. Sé que tuve suerte, sé que la vida ha sido generosa conmigo. Pero no siempre es así. Hay chicos que son o fueron víctimas del bullying y terminan mal. No sólo los varones son objeto de abuso escolar, también a las chicas les pasa, cuando se hace referencias crueles a las diferencias físicas, sociales, económicas, raciales. Una mezcla inexplicable de maldad, ignorancia, envidia y estupidez parece apoderarse de los agresores. Hay jóvenes y niños que soportan todo tipo de agresiones y frases hirientes que alteran lo que debería ser la correcta apreciación de su propia realidad. Este es el resultado de las manipulaciones, exageraciones y humillaciones que reciben que pueden acompañarlas por buena para de sus vidas.

Noboa pasó sus años de infancia persiguiendo a los que no eran ‘seguidores’, a los que se resistían a ser como él, a los que no ignoraban lo que él hacía, o a los que no acolitaban sus abusos, a los diferentes y no a los indiferentes, a los que sobresalían académicamente o que tenían principios morales que, probablemente, él nunca llegó a tener, porque no supo conocer el respeto como un límite necesario entre sus derechos y los de los demás.

Le estoy muy agradecido al fútbol. La pelota de fútbol me protegió de una forma que no entendí hasta años más tarde. En las eterna cancha de fútbol del colegio de los maristas, un balón nos reunió a muchos. Ese era el campo más seguro en el que se podía estar, porque Noboa le tenía miedo al balón de fútbol. Fue un ambiente seguro que me provocó gratas satisfacciones y que me enseñó a asociarme con otros, a proteger a los más débiles, a perdonar los errores de los demás, a ser compañero y a superarme.

Hace ocho años empecé la práctica de artes marciales. Llegué y me enfrenté a todos mis miedos y debilidades durante cada entrenamiento. No sabía que hacer ante un enfrentamiento físico. Sufrí una transformación radical que me llevó a escuchar frases cómo: 'Qué cambiado estás'. 'Te cambió hasta la mirada'...Las palabras de mi maestro fueron claras desde el primer día: 'Voy a convertirte en roca'... Lo logró y estoy eternamente agradecido por su ayuda, aunque ya no esté conmigo.

Considero vital que enfrentemos nuestro papel como adultos jóvenes o adultos experimentados y enseñemos, primero desde el ejemplo y luego desde la obligación moral, que la protección a los más débiles es la verdadera muestra de fortaleza, el verdadero liderazgo y una de las muestras últimas de la evolución humana. Como padres, profesores, o entrenadores de niños nuestra obligación es guiar a los pequeños para que su energía se canalice hacia el respeto y la tolerancia y no hacia la violencia.

Para luchar contra el bullying debemos educar como padres, maestros, educadores y entrenadores deportivos, alentando la denuncia del abuso, incluso cuando viene de terceros no involucrados. Mostrar tolerancia y respeto no basta, se necesita entender y hacer entender, que el chico que no ve como negativo y denunciable el abuso escolar, se vuelve cómplice y encubridor. Denunciarlo es necesario. Los adultos requerimos capacidades de mediadores, ser justos y comprensivos como para saber que el tratamiento que le demos al problema no debe empeorar la situación de la víctima. Debemos actuar con firmeza suficiente como para tomar acciones que no se interpreten como un castigo desmedido o ilógico que impida que el abusador entienda lo equivocado de sus actos. Debemos entender que a las víctimas les es muy difícil denunciar a los abusadores, porque la guerra que se les ha declarado nunca es pública, si no secreta y sin un motivo claro.

En una evidente muestra de mejora, la educación está más enfocada hoy en día en la resolución de problemas. Pues bien, el bullying es un importante problema que debería ser resuelto o que debería enseñarse a resolverlo de forma constructiva y oportuna.

Han pasado algunos años. Cambié mucho física, mental y espiritualmente. Soy el mismo siendo tan diferente. Soy el mismo, pero no soy igual al de ayer. Soy el mismo, pero no encuentro nada de lo que había en mi interior en esos años, solo encuentro al niño que siempre fui en verdad y el que nunca dejé de ser, pero que se puso una careta de miedo para protegerse de un abusón cualquiera. No tengo miedo a la confrontación en ningún campo. Sé que soy un hombre pacífico no porque no peleo, si no porque busco escoger la mejor solución siempre, no la más violenta. Soy pacífico porque teniendo opciones de resolver las cosas de muchas maneras, solo creo en el uso de la fuerza en instancias en que se vuelve absolutamente necesario. No tengo miedo del Roña.

¿Si me encuentro a Noboa que haré? Para él, es mejor que ese día no llegue. Es probable que sienta la mayor vergüenza de su vida…. Muchas veces imaginé nuestro encuentro como cuando Will (Matt Damon) en Good Will Hunting, le dice ‘Me recuerdas? Soy el que solías golpear en el Jardin de Infantes’ al matón de su niñez y posteriormente meterle una soberana golpiza digna de interrupción y arresto policial…. Pero pienso que lo más probable es que lo confronte y lo enfrente, haciéndole saber que nada está olvidado, pero que no hay dolor alguno. Que curé, que muté, que me transformé. Le haré sentir que mi mirada debe ser mil veces más dura que entonces, que el peso de mi voz, se encuentra con la entereza de mi razón al hablar de temas que realmente importan. Seguramente, me plantaría con la tensión y relajamiento propia del arco y flecha que son mi cuerpo. Le haré entender en un solo movimiento que no tengo miedo y que es él quien debe temer, no de mí, si no de lo que él hizo. Le haré saber que yo viajé al pasado y rescaté intacto, íntegro, sonriente y fuerte al niño que fui, que le hice vivir una segunda infancia y pre-adolesencia, que nadie puede tocar, ni alterar. Le haría saber que no deberá NUNCA, NUNCA MÁS, patrocinar, alentar, motivar o exigir conductas abusivas hacia nadie, ni siquiera de sus propios hijos. No me importaría actuar y decir estas cosas, delante de sus hijos, de su esposa, de su madre moribunda, o si lo viese pobre o necesitado. Pero en realidad, me muero por verlo, por verlo grande, de ser posible fuerte y en su mejor momento. Así me enfrentó a las cosas ahora y no tengo nada que agradecerle, porque a lo que he llegado, bien o mal, he llegado solo. No llegué por el bullying a ser quien soy, LLEGUÉ PESE AL BULLYING.

 
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