martes, 16 de julio de 2013

14. El rencuentro del predador y la presa

¿A dónde te vas a esconder ahora? ¿A dónde vas a correr? ¿Quién te cubrirá de tus propios juicios? ¿Qué vas a hacer, en este momento, en que recuerdas que no eres tan buena persona como te gusta creer?

Caminas indecisa y con pasitos apurados, temes trastabillar, el frío y duro pavimento sostiene la momentánea caída de tu mirada, tus mejillas se han ruborizado, muerdes la comisura derecha de tus labios. El viento viene a contramano y mueve tu cabello sobre tu rostro. Te lo arreglas y sientes que has cometido un error más en una serie de errores consecutivos que parece interminable: has vuelto a mostrarme tu rostro y te ruborizas aún más. El calor de tu cara se contrapone al frío que corre a las doce de una mañana de invierno entre Pueyrredón y Santa Fe. Sabes que, finalmente, nos hemos encontrado.



No planeé volverte a ver. Vos tampoco tenías en mente encontrarme de nuevo. Pero, era probable. Yo viviendo cerca de tu casa, vos trabajando cerca de mi laburo; ambos acudiendo al café que no nos tomamos, vos los días múltiplos de tres y yo los que terminan en cinco; haciendo las compras de fin de semana, vos los viernes y yo los sábados, pero siempre en el mismo supermercado; Vos cruzando Santa Fe hacia Recoleta y yo hacia Balvanera, pero siempre por la misma esquina  y a dos minutos de diferencia; vos intentando ignorar a todos los flacos en los que me encuentras, y yo reparando en todas las chicas que guardan una leve reminiscencia sea de tu cabello, sea de tu mirada, hecho que a estas alturas ha llegado a fastidiarme. 

Hoy me adelanté a tu reloj, vos te atrasaste a tu planificado destino, y como hace cinco años, estamos nuevamente, uno frente al otro como dos extraños. Fingimos que no nos conocemos. Ese es tu juego. ¿Preferirías fingir que somos enemigos? Estamos a metros de encontrarnos y en direcciones contrapuestas. Como siempre, como si finalmente nos fuésemos a unir, como si finalmente nos fuésemos a estrellar.   

La imagen actual se vuelve la mejor metáfora de lo que es nuestra realidad.  

Tus pies frenan tu media vuelta que ahora se hace más improbable, no hay dónde huir. Tampoco estoy cómodo. Tus dedos se mueven en busca de un botón en tu celular que te permita resetear el programa, volver a empezar. Necesitas algo que elimine el temblor de tus piernas. Te has quedado sin palabras y la boca se te seca.  Sospechas que te he visto, estás casi segura de ello, pero te aferras a una leve esperanza de que no. Temes moverte porque, como si yo fuese un animal salvaje, no quieres llamar mi atención con movimientos no espontáneos.  

Estás hermosa. Durante este último año la vida ha sido menos buena con vos de lo que aparentas, pero ha dejado casi intacta tu belleza. Tu cabello suelto se mueve un poco con el viento y te vuelve a cubrir la cara. Sabes que acomodarte el cabello llamará mi atención, pero temes perderme de vista y que me acerque sin que lo percibas. Acabas de recordar que soy un león.


Hoy te has puesto la blusa blanca cuyo cuello cubre el tuyo y el abrigo que tanto te gusta. Estás hermosa, pero piensas que no. Ahora dudas si piensas que no estás hermosa, solamente para llevarme la contraria. Te da rabia que nos hayamos encontrado. Ahora quisieras que yo te encuentre no fea, pero si común e imperceptible, para poder contrariarme sintiéndote bellísima. No estás segura de que afectaría más tu autoestima: si sentirte fea, o que te has vuelto común e imperceptible para mí. Entonces descubres que todavía te importo. ¡Odias ambas ideas!  Y me odias a mí no solo por provocarlas, sino porque sabes que sé que las he provocado.

Tratas de encontrar excusas para esa sensación ambigua que merma la seguridad de la que gozabas hasta hace solo unas cuadras. Piensas que el resfrío te desfavorece. No es así, pero lo noto. Ya te has dado cuenta que lo he notado y tu odio aumenta un poco más. Desearías que se me escape algún detalle, que mi mente no se encuentre tan lúcida y la tuya tan errática. Recuerdas que no se me escapa el menor detalle y quisieras congelar el tiempo para revisar tu imagen en un espejo. Parece que te has olvidado que hubo un tiempo en que yo hubiese almacenado bajo siete llaves cada una de las imágenes que te rodeaban, que las hubiese coleccionado como aquel rompecabezas de diez mil piezas que estuve a punto de terminar cuando era chico.

Vos te convertiste en el puzzle de diez mil piezas que no puedo terminar en mi vida adulta. Me escondiste las piezas para que no te busque y para que si te buscase, nunca te encuentre. Lo hiciste en una inusual muestra de poder, placer, incoherencia y miedo.  Lo sé. Cuánto mayor poder experimentaste al borrar todo rastro mío, mayor miedo sentiste. Convengamos que el poder siempre te excitó. Las heridas que una vez lamimos son cicatrices que ambos mostramos, con mayor o menor orgullo.

Ahora sientes lástima por mí, como si fuese un perro, alguna vez envenenado, al que encuentras, ahora callejero, buscando qué comer entre la basura. Recuerdas que la última vez que comí veneno fue de tu mano. Instintivamente , escondes tu mano en tu abrigo. Piensas que creí que sería un gesto natural ante el frío, pero recuerdas que no soy un perro callejero sino un león al que no se le escapa detalle y ahora ya sabes que has admitido toda culpa con un gesto tan simple como guardarte la mano que me dio veneno en el bolsillo.

Poco a poco, Sante Fe se queda como vacía... Los autos pasan, pero no importa y la gente camina o espera, pero importan menos. Son una jungla que solo sirve de escenario en este juego de predador y presa que te has inventado y que los dos jugamos sin distinguir muy bien los roles que intercambiamos segundo a segundo.

Te odias más y me odias un poquito más todavía. Te entraron ganas de pedirme perdón y es algo que no estaba en tus planes. El perdón no se pide, se ofrece... Pero igual te entraron ganas de pedirme perdón y de pegarme en le pecho. Te arde un poco los ojos y sientes deseos de llorar, quisieras que el semáforo cambie de una puta vez  para cruzar corriendo y detenerte frente a mí, darme un abrazo y echarte a llorar sin freno, obviar el perdón, porque dudas que puedas emitir palabra alguna. Simplemente quieres sentir que el calor de mi pecho contiene el perdón que necesitas saber que existe, pero que no persigues.... Acabas de sacar tu mano del abrigo y yo lo he notado. 

Buscas a los lados alguna señal de escape que te aleje de mí. Buscas un 'rompa el vidrio en caso de emergencia'. Me miras en los espejos de un auto... 'Objects in the mirror may be closer than they appear'. Te asusta esa frase porque la pensaste como una señal, como una advertencia y temes que al volverme a buscar con la mirada estemos tan cerca que enfrentarnos sea irremediable... 'Objects in the mirror'... Lo sé. Para vos fui un objeto.




Cruzamos finalmente, nos acercamos. Recuperas algo de seguridad, como quien no tiene otro camino. Te pesan los pies por el solo efecto de la vergüenza. Me miras a los ojos, una leve sonrisa empieza a dibujarse en tu boca, tomas aire para decir alguna palabra, o al menos intentarlo. Habías guardado tu mano otra vez en el bolsillo... Al llegar frente a mí te detienes y sacas el brazo, extiendes tu mano hacia abajo y te sorprende encontrar el veneno que un día me diste, ahora añejo. Sonríes más, como si recuperases el poder antes perdido, como si recordases que no me ves como un igual y noto que volverás a acelerar y me pasarás de largo. 

Pasas junto a mí, el viento vuelve a soplar y no te cubre el cabello la cara, sino que empuja tu cabello hacia mi hombro y tu bolso roza mi muñeca. Ese segundo te dura una eternidad,  y tu eternidad me dura un segundo. Has pasado a mi lado mostrándome que aún guardas lo que me hirió, y yo paso mostrándote que camino sano, fuerte y sin miedo. 

Ahora quieres regresar y disculparte, sabes que lo has vuelto a hacer. 'Perdón... perdón... perdón... Juanka, perdón....' Piensas mientras adoras y odias tu esencia. No lo dices. Te detienes y empiezas a girar sobre tus pasos para buscarme, pero será la marejada de gente cruzando Santa Fe la que no te dejará reencontrarme. Será la boca del Subte la que me trague, pero será mi boca la que se trague las palabras que podría haberte dicho. No girarás más para mirarme, aunque tengas miedo de convertirte en piedra y de no volverme a ver. No giraré  para volverte a ver porque sé que no será la última vez que nos encontremos. Después de todo, este encuentro era bastante probable, como probable era saber que aún no has podido soltar tu veneno.

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